En aquella vieja película, "Cuando el destino nos alcance" (Soylent Green), a los viejos los convertían en alimentos para un mundo superpoblado en el que el cambio climático había limitado las producciones agrarias. Todavía no hemos llegado hasta ahí, pero, por las últimas declaraciones, parece que estamos en ello.

Los viejos son hoy, básicamente, un incordio. Nos dieron todo lo que tenían que darnos y a partir de una cierta edad empiezan a convertirse en una carga. En términos sociales, además, ni siquiera habitan el mismo mundo que los jóvenes porque no se saben mover en la redes sociales. Y el que no está en la red, no existe. Por ejemplo, yo mismo.

Albert Rivera ha puesto el dedo en la madre de todas las llagas al decir que sólo los que han nacido en democracia pueden ser auténticamente demócratas (aunque luego lo desdijo, cobardica). Los vejestorios que hicieron la transición, aunque hubieran militado en la clandestinidad política, están contaminados por el conocimiento del lado oscuro de la fuerza. Ya hicieron su trabajo, aprovechando que Franco la palmó. La primera victoria de la democracia se debió a causas estrictamente biológicas (es decir, a que el Caudillo enano no era inmortal), así que no es de extrañar que la segunda se fundamente en las mismas razones.

España es un país de pasiones extremistas. Y de polos. Aquí o estás a favor o estás en contra. De lo que sea. La tibieza no se contempla y la neutralidad es cosa de los extranjeros. La gran guerra civil del 36, que dividió España en dos bandos fratricidas, sólo fue la puesta en escena de una gran tragedia que habíamos ensayado en reiteradas ocasiones. Luego seguimos con los nacionales y los rojos, los fachas y los demócratas, los católicos y los ateos, el centro y la periferia, los de aquí y los de allá... Y como ya no nos sirve la taxonomía de las izquierdas y las derechas, porque eso de la lucha de clases se ha convertido en una cosa polvorienta, lo mejor es inventarse una nueva frontera entre jóvenes y viejos.

Es verdad que esta nueva y sugerente división plantea una serie de problemas. Mayormente porque existe una abundante población que se encuentra viajando entre una cosa y la otra, siendo lo suficientemente vieja como para no ser joven y lo suficientemente joven como para no ser totalmente vieja. Pero como la neutralidad es un lujo que no podemos permitirnos, habrá que exigirles que tomen partido por un lado o por el otro. A favor o en contra de la democracia.

Lo bueno de los jóvenes y jóvenas demócratas y demócratos -o demócratas jóvenes- es que siguen manteniendo los dos grandes valores eternos de la hispanidad: estar en posesión de la verdad absoluta y considerar que la culpa es siempre un mal ajeno.

El nuevo país es una red de redes sociales donde se mueven millones de besugos y algunos miles de pirañas. Es un constructo wi-fi montado sobre el viejo mundo de siempre de bribones ilustrados e ilustrados bribones, pero en plan virtual. Una España bipolar e inalámbrica. Propongo que a los viejos que no tuiteen al menos dos veces al día se les convierta en galletas.