Conste que hablo de modo genérico, sin señalar a nadie, aunque la propia experiencia y los sentidos, siempre alertas, han escrito en mi memoria muchas anécdotas del comportamiento habitual de infinidad de personas que se enfrentan - o se han enfrentado- a las urnas en primera instancia. Por ello me consta que en estas maratonianas jornadas finales de las elecciones, el trabajo de los asesores de campaña es absolutamente vital para reforzar el mensaje programático de cada candidato; sin olvidar, eso sí, el rédito que otorga el proverbio chino de la buena imagen. De ahí la relevancia de los informáticos, aplicando con generosidad el Photoshop en muchos rostros y hasta en el cuerpo entero de los postulantes. Algunos, como en los juguetes o colorines de moda, prefieren verse como el aguerrido Ken, eterno novio de una Barbie polifacética identificada como deportista consumada, atractiva intelectual o embarazada en espera. Pero no me detengo aquí, pues me remito a comentarios de amigos que ejercen de asesores de protocolo. Auténticos notarios de sucedidos, especialmente en municipios pequeños en donde la capacidad presupuestaria no alcanza para contratar mentores de imagen. Razón por la que los aspirantes tienen que recurrir a sus primogénitos de siglas para que les cedan "emprestados" a sus expertos, cuya primera misión consistirá en disimular su rudeza en modos y expresiones aunque sin exagerar, habida cuenta de que se postularán a sus correligionarios. Otro detalle importante será la vestimenta, que podrá ser informal o más clásica, dependiendo del acto en sí mismo. Así que nada de calcetines blancos y zapatos marrones de rejilla con un traje oscuro y corbata impropia. Tampoco deberán adelantarse a encargar el frac o el esmoquin; si acaso, y para el día de la hipotética toma de posesión, un traje de "respeto" que luego reutilizarán en procesiones y entierros. Ni que decir tiene que también les redactarán sus discursos adaptándolos a la singularidad del terreno que pisan, guardando alguna puya ingeniosa para el rival de otra sigla, pero sin recargar mucho el matiz, por si luego no le salen las cuentas y tienen obligatoriamente que pactar.

Como no quiero señalar ningún sucedido autóctono -que lo hay- recurro a una anécdota personal narrada por Alfonso Ussía, nieto del dramaturgo Muñoz Seca y sobrino del militar golpista Miláns del Bosch. Contaba este que para postularse a la presidencia del Real Madrid procedió a hacerse la consabida fotografía para el cartel. De modo que por consejo de su asesor de imagen decidió pegarse a las sienes sus orejas de soplillo, exageradamente desparramadas para la instantánea. El caso fue que al inicio de la sesión fotográfica, el calor de los focos y la sudoración terminaron por diluir el pegamento, con lo cual se le soltaron estas sin previo aviso y no hubo manera de devolverlas a su forzada compostura. Finalmente decidieron dejarlas en su posición real y sin falsos retoques. Sirva esta metáfora para reflexionar y distinguir lo verdadero de lo falso.

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