Esta sociedad -como casi todas- es tan rematadamente frívola que va transitando de moda en moda como el que cambia de estilo de pantalones. En la España de la Transición la moda era ver el mundo formado por gente de izquierdas y progre o facha y de derechas. El primero llevaba el pelo largo, barba, ocasionalmente un pendiente, fumaba cigarrillos negros, usaba vaqueros acampanados y chaquetas de pana o anoraks de rombos. El segundo tenía el pelo cuidadosamente egominado, usaba mocasines, chinos a ser posible color vino, fumaba rubio, llevaba un suéter de cachemira o similar sobre la camisa y abrigo verde de cazador. Conforme el tiempo fue pasando los arquetipos se fundieron como un queso sobre la plancha de la vida. Así que Aznar llevaba en pelo largo y pulseras en la muñeca. No te digo más.

La moda estructural -las dos españas de fachas y progres- sigue con nosotros, porque forma parte del ADN mitocondrial de la ciudadanía. Pero los nuevos tiempos nos dan otras manifestaciones idiotas mucho más efímeras. Durante una época causó furor estar contra o a favor de la OTAN. O a favor (vaya manera más impropia de expresarlo, quién puede estarlo) o en contra del aborto. O estar a favor de la democracia unitaria o favor de la independencia disgregadora. O a favor y en contra de la guerra de Irak. O a favor de la corona o a favor de una república.

Los medios de comunicación nos llevan, con mercurianos pies de un tema al otro. Asuntos como Fukushima pusieron en debate la energía nuclear y nos horrorizaron unos pocos meses para ser luego, como tantos otros, arrumbados en la desmemoria. Los perros empezaron a morder niños y a atacar a personas salvajemente durante una larga temporada, pero en cuanto legislamos sobre tenencia de animales peligrosos se nota que los canes leyeron el asunto y dejaron de atosigarnos con sus ataques. O igual siguen, pero no se publica.

Pero de todas las furibundas convulsiones la más profunda es la de esta moda de la corrupción que ha estallado a la sombra de la crisis. A la gente que se ha quedado sin casa, sin trabajo y sin futuro se le sirve todos los días un nuevo vórtice vertiginoso de robo a manos llenas para que la ira crezca como una enredadera. Estamos divididos entre ladrones e indignados. La trituradora se come igual a presidentes autonómicos que exministros, a fachas y a progres, a los muchos culpables y a algún inocente sin importancia.

Pero como todo cansa, surge ahora una nueva propuesta de división nacional: los jóvenes, que representan todo lo bueno y todo lo puro, contra los viejos, que arrastran la pesada mochila de sus pecados y errores. La juventud tiene todos los aciertos por ejecutar y los viejos todos los errores ya cometidos. Esta es la nueva estupidez que el verbo va haciendo carne entre nosotros. Hagan sitio, por favor. Que ya tenemos un nuevo debate para el perfecto idiota ibérico contemporáneo.