No sé cuántas veces he insistido en estas colaboraciones que EL DÍA me permite publicar la necesidad -o la conveniencia- de que en la vida uno hable de lo que sabe. No hacerlo así supone habitar en una jaula de grillos, todos chirriando al mismo tiempo sin posibilidad de llegar a un entendimiento. Ocurre esto sobre todo en las tertulias, sean estas televisivas, radiofónicas o de cafeterías. Se reúnen en ellas individuos del más variado pelaje que, sin avergonzarse de ello, pontifican sobre los más diversos asuntos. Para más inri, si se les hace ver que están equivocados en sus apreciaciones, no tienen la valentía de reconocer su error, disculparse con la humildad que el asunto requeriría, sino que atacan con una nueva andanada; lo que me hace pensar, al tenerla preparada de antemano, que ya intuían que su primera aseveración carecía de consistencia o de la más mínima credibilidad. Por si fuera poco, la última alegación suele ser más virulenta, más taxativa, por lo que al contrincante -el tertuliano considera así a todos los que no comulgan con sus ideas- no le queda más remedio que arriar velas y hacer mutis por el foro.

Viene este preámbulo a cuenta de la opinión expuesta por el presidente del Cabildo tinerfeño sobre el controvertido tema de las retamas y los conejos. Parece mentira que este asunto haya sido tan debatido últimamente, interviniendo en él gente de todo tipo que, en la mayoría de los casos, no tienen ni p... idea de lo que dicen. Pero como las opiniones son libres, pues hala, ahí va la mía... Ha sido necesario que Carlos Alonso, con la mesura que nos tiene acostumbrados en sus intervenciones desde que accedió al cargo, entrara en liza diciendo que hay temas que no deben ser tratados en los medios; que deben ser los expertos quienes deliberen sobre ellos, pues son los que conocen los pros y los contras de cualquier propuesta, etc. En definitiva, que un señor cualquiera, sea médico, ingeniero o albañil no tiene por qué estar al tanto, por ejemplo, de lo que supone para la vida marina el vertido de petróleo en el mar, o de las consecuencias que supone para la vida ciudadana permitir la construcción de edificios de ocho plantas en vez de cuatro.

Aprovechando este último caso, supongamos una calle de cien metros de longitud en la que caben, en los dos lados, dieciséis edificios. Si en cada uno de ellos se proyectan cuatro viviendas por planta, la diferencia entre una y otra propuesta será de 256 viviendas más. Esto, algo que resultará comprensible hasta a los no iniciados, exigirá un sistema de alcantarillado más capaz, unas vías públicas más anchas que permitan la mayor circulación de vehículos y peatones, más zonas ajardinadas, más aparcamientos, más mobiliario urbano, etc., todo lo cual al erario a menudo le resulta imposible acometer.

Resumiendo, apoyando la opinión del primer regidor de la isla. Dejemos que de conejos y retamas opinen, discutan y decidan los que de ello saben, en la seguridad de que, con el diálogo, alcanzarán una postura que a todos satisfará, tanto a los cazadores como a los que quieren proteger -y tienen razón- nuestro ya tan deteriorado medio ambiente. No vale decir que "el conejo lleva más de 500 años en la isla y la retama no ha desaparecido", ni tampoco dudar de que los conejos acabarán con la retama del Teide "en un plazo de 20 a 30 años si no se toman medidas para reducir su población". Ambas posturas merecen ser consideradas y ver la manera de armonizarlas, pero que intervengan los entendidos.