Tenía que llegar, porque el tiempo es el enemigo que se puede rechazar en muchas ocasiones, menos en la última, en la que se erige ganador. De modo que desde hoy jueves sólo queda la traca final del viernes para dar paso a la jornada de reflexión. Con todo el pescado vendido habrá que acudir el domingo en masa a las urnas. Y pese a que cada uno es libre de elegir a sus representantes, el absentismo y el porcentaje de indecisos siguen siendo vitales para el cómputo de votos, porque al tratarse de elecciones locales, insulares y autonómicas, el personalismo de sus candidatos suele pesar más que el partido que representan. Y esto se percibe mayoritariamente en los Consistorios o Cabildos, en donde el contacto más directo y cotidiano dibuja un perfil de aceptación o de rechazo hacia una determinada candidatura, que en determinadas ocasiones puede suponer una ventaja o inconveniente para las decisiones a tomar por el futuro gobernante. De ahí que no se puede personalizar sólo por el grado de simpatía recíproca, sino que hay que leer entre líneas los logros iniciados o a medio camino de materializarse de forma definitiva. Porque, debemos reconocerlo, muchas de estas propuestas caerán en saco roto cuando se consoliden las diferentes corporaciones que inevitablemente, si no hay mayoría, tendrán que consensuar sus respectivos programas para llegar a conformar un gobierno estable y duradero.

No obstante, no ignoramos que muchas de estas proposiciones no dependen sólo de la decisión y los recursos de que dispongan los nuevos mandatarios en un determinado estamento, sino que tendrán que gestionar la materialización de las mismas con partidos con los que se ha rivalizado durante toda la campaña. Y es ahí donde se puede medir la verdadera dimensión humana y política de tales representantes, que tendrán que prescindir de rencillas personales y apoyar las mejoras para la colectividad, remando en la misma dirección. De nada valen las promesas si luego desde los gobiernos nacionales, ante la derrota, sólo se obtienen negativas tajantes o desigualdades lesivas. Desafectos que ya son históricos desde un centralismo que sólo prioriza a sus simpatizantes ideológicos y que evidentemente no gobierna para todos por igual.

Conscientes de ello, de aquí en adelante sólo abrigamos la ilusión, como mínimo, de que la mitad de esos proyectos se lleguen a realizar. De no ser así emularíamos el conocido ritual de los Enanos de La Palma, en donde al inicio unos gigantes, convenientemente vestidos con túnicas de abundancia y báculos de oportunismo, evolucionan triunfalmente antes de penetrar en una especie de caseta del pueblo de la cual, en un santiamén, salen visualmente empequeñecidos bailando una vertiginosa e interminable polka. Este, sin dudarlo, va a ser el corolario de algunas candidaturas a las que se le ha desmadrado el rosario de promesas. Dicho esto: "Conclusos y fatigados, los candidatos han alcanzado los últimos objetivos, a la espera del recuento. La guerra electoral -por ahora- ha terminado".

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