La ermita de San Diego de La Laguna ha sido declarada Bien de Interés Cultural (BIC), con categoría de Monumento, y su incorporación al catálogo del patrimonio canario también incluye sus bienes muebles y la delimitación de su entorno de protección.

La búsqueda de un emplazamiento en una zona natural se encuentra en la base de la propia fundación del monasterio, que rodeado de un paisaje solitario propiciaba el recogimiento y la recolección.

Este aislamiento es constatado por la narradora británica Olivia Stone (1888), al señalar que el convento de San Diego se encontraba separado de La Laguna por el lago que da nombre a la ciudad, requiriendo de barcas para franquear uno de los brazos de éste.

La singularidad de este paisaje, que integra arquitectura y naturaleza, ha sido alabado de forma repetida por viajeros, historiadores y literatos, que destacaron su belleza y lo significaron como escenario natural que cerraba el Valle de Aguere por el oeste.

Ha servidio de inspiración a poetas y escritores, como Hernández Amador, Mantegazza, Diego Estévanez o Carballo Wangüemert, quien en 1862 se refiere a él como "un monasterio medio escondido entre un espeso bosque que en otro tiempo fue un lugar delicioso".