Todo continúa casi igual para que no perturben las sorpresas y florezcan los pactos. Aquellos que llegaron a este alborotado mundo antes de la democracia (Albert Rivera) tuvieron que inclinarse de manera incuestionable hacia dos extremos: sortear o abrazar los símbolos franquistas (camisa azul, corbata negra, correajes falangistas, boina requeté y saludo fascista), lo que otorgaba el derecho a malvivir coaccionados unos, y otros a exaltar valores inexistentes (todavía quedan algunos carcas por ahí). El voto fue obligatorio en cualquiera de los dos patrañeros referendos. Es decir, a pesar de los numerosos fallos que se pueden constatar en una joven democracia como es la española, es preferible que se aclaren las cuestiones en las urnas que en las comisarías. Y así, poco a poco, también contando con los que nacieron antes de que su excelencia se marchara, se perfila el horizonte de un país que va separando la paja del trigo.

De esta manera, cada cuatro años, las elecciones significan el comienzo de un trabajo en un mundo de histerias que se traduce en encuentros secretos, en comidas en restaurantes de lujo, en declaraciones que se suceden desde cualquier parte del abanico político y que conducen, en la mayoría de los casos, a un fuera de juego total de los medios de comunicación que, basados en encuestas y sondeos, se esforzaron en dar a conocer las posibilidades y los intereses que se atisbaban en la distancia. En el momento de redactar estas líneas, sólo podemos afirmar que hoy toda la clase política está en funciones. El resto pertenece a la aritmética pactista. Mientras, los votantes hemos asistido, estupefactos, a un espectáculo por el cual no hemos pagado entrada alguna. El número circense no ha sido el que se esperaba... o esperaban. Pero la realidad, parece, va a levantar un escenario que tenemos delante de las narices desde hace tres décadas.

El cambio demandado por la ciudadanía se inició el domingo. Cambio, sí. Pero ¿hacia dónde? Por atender al partido perdedor, es decir, al PP, en esta organización no se contempla, por supuesto, modificar algo que huela a pasado. Ahí tenemos el caso relevante de Esperanza Aguirre, señora pija donde las haya, apartada por una juez que despertó el entusiasmo de los madrileños en solo unos meses: Manuela Carmena. En Barcelona, también la derecha, que lleva mangoneando al pueblo desde los tiempos franquistas, se vio relegada por una persona cuyo currículo aporta únicamente cuatro palabras: luchar contra los desahucios. Ada Colau no pertenece a la aristocracia.

En el ámbito local, pero también inmiscuyendo a los "populares", estos se han visto igualmente torpedeados por la nefasta política de Rajoy, quien, desde la más absoluta ignorancia de la realidad, ha borrado del mapa a la clase media española y empobrecido, aún más, a los marginados de solemnidad. En el plano político, imperdonablemente, fulminó, con sus recortes dirigidos a los que menos tienen, a dos puntales de su partido en Tenerife: Cristina Tavío y Antonio Alarcó. Algo difícilmente comprensible. Como incomprensible fue una decisión interna de la organización tinerfeña prescindiéndode un político ilustre, preparado, competente y considerado por toda la clase política. Hablamos de Miguel Cabrera Pérez-Camacho, único parlamentario que les ha dicho "no" a los socialistas-obreros y a los neonacionalistas. Un enigma que alguien tendrá que explicar alguna vez.

Además del buen trabajo desarrollado por Clavijo, Alonso, Bermúdez, Podemos y Nueva Canarias, se ha producido un formidable impacto protagonizado por Casimiro Curbelo. El nuevo-viejo cacique gomero, al margen de cargarse a su anterior partido, el PSOE que lo defenestró, obtiene la mayoría absoluta con su nueva organización, ASG, y entra triunfalmente en el Parlamento canario con tres diputados. Se veía venir..., pero no tan rápido. Ante la incertidumbre, todos a pactar.