Canarias sigue teniendo los mismos parados que hace un mes, las mismas familias al borde de la exclusión social, la misma población en la pobreza y los mismos indicadores que nos sitúan en el borde del universo de la prosperidad, justo al lado de un oscuro y vertiginoso abismo social. Sigue siendo bastante urgente encontrar la forma de crear en las islas un gran pacto por Canarias y de negociar con Madrid un plan de rescate para un archipiélago tocado del ala.

Uno de los asuntos más importantes que vamos a gestionar en los próximos cuatro años es conseguir que el Gobierno central no se tome las ayudas a Canarias como el pito del sereno. Porque la realidad es que los gobiernos peninsulares se han pasado la Ley del REF por el arco del triunfo cuantas veces les ha dado la gana. Hay dos maneras de impedir la arbitrariedad coyuntural del centralismo. Una es teniendo poder territorial en el Congreso, cosa que parece bastante difícil. Otra es reforzando la particularidad de Canarias en la Constitución española, que tampoco es fácil. Pero sea con Juana o con la hermana, las islas tienen que ponerse las pilas para conseguir una situación permanente del conjunto de ayudas y subvenciones que nos compensan por vivir donde el diablo perdió los cuernos en relación con nuestros conciudadanos y nuestros mercados de referencia.

Ese horizonte va mucho más allá de los acuerdos para lograr un pacto de gobierno. Lograr un estatuto estable e inviolable de compensaciones para Canarias, que condicione la elaboración de los presupuestos generales del Estado de cada ejercicio y las políticas generales de los ministerios, es una tarea que requiere del consenso de todos los partidos políticos y fuerzas sociales de las Islas. Contamos a nuestro favor con el precedente de que la Unión Europea ya ha reconocido en sus tratados y disposiciones a los territorios ultraperiféricos y ha creado instrumentos y políticas singulares para ellos. En contra tenemos la secular incapacidad de los canarios para ponernos de acuerdo en cualquier cosa de cierta trascendencia; la resistencia de Madrid a que se creen "casos especiales" en el modelo autonómico y el escaso interés de los partidos políticos canarios de implantación estatal, que se han puesto siempre de perfil para evitar follones con sus aparatos centrales.

Si Rajoy no echa mano de un sahumerio milagroso, el Gobierno del PP parece tener los días tan contados como lo que le queda de legislatura. Las dimisiones en cadena de importantes barones populares son como un grito ante la desesperante pachorra gallega de un presidente de partido que está, ante la adversidad, tan tranquilo e inmóvil que empieza a parecer un fiambre político en el ya famoso (y con ilustres precedentes presidenciales) depósito de cadáveres de la Moncloa. Tal vez sea el momento de firmar un histórico acuerdo con un PSOE que no ha llegado y está por llegar y un PP que no ha salido pero está por salir. Es en estas zonas de penumbra política cuando se suelen conseguir los mejores pactos. Luego no se cumplen, pero esa ya es otra.