En algunos países está permitido que las niñas puedan contraer matrimonio con hombres que por su edad podrían ser sus padres o, incluso, sus abuelos. Esta es una práctica normal por la que muchas familias, con escasos recursos económicos, entregan a sus hijas en matrimonio para ahorrarse los gastos de su educación, mantenimiento y ganar algo de dinero con la dote recibida a cambio.

Hace dos años, los medios de comunicación difundieron el caso de una niña yemení, de ocho años, que tras ser agredida sexualmente por su marido, de 40 años, en la noche de bodas, murió desangrada a consecuencia de las graves lesiones que sufrió al ser penetrada. Una cruel y espantosa violación.

Estas brutales agresiones sexuales a niñas no son excepcionales. En Yemen, una media de ocho mujeres mueren cada día como consecuencia de sus matrimonios prematuros. En dicho país, así como en otros de religión musulmana, es práctica habitual casar a las hijas siendo niñas. Y esto es así porque las familias tradicionales consideran que las jóvenes esposas serán más obedientes y tendrán más hijos.

El tópico del matrimonio de muchos musulmanes con menores de dieciocho años, e incluso de dieciséis, no es un estereotipo occidental ajeno a la realidad. ¿Qué tiene de religioso, o de piadoso, obligar a una adolescente a contraer matrimonio con un varón que podría ser su padre? La costumbre, machista, ha sido bendecida siempre por el islam, porque entronca con la concepción mahometana del matrimonio, que exige a la mujer una docilidad completa al marido. Pero el argumento más contundente es el ejemplo personal de su profeta por antonomasia, Mahoma, de quien procede la práctica islámica de la pedofilia.

Efectivamente, el fundador del islam fue monógamo mientras vivió su primera esposa, Khadija, pero al morir esta tuvo después, al menos, tres mujeres. De ellas, su favorita fue sin duda la niña que le fue entregada en matrimonio por su mejor amigo y padre de ella, Abu Bakr. Con Aisha, que así se llamaba esta, Mahoma se casó cuando la niña tenía seis o siete años y él cincuenta, aunque, según las fuentes tradicionales musulmanas, el matrimonio no se consumó hasta que ella cumplió los nueve. La pedofilia no fue practicada solo por Mahoma, sino también autorizada por el Corán.

Según activistas de derechos humanos se calcula que en todo el mundo hay unos 50 millones de niñas que están desposadas con hombres mayores que ellas. Son jóvenes adolescentes e incluso niñas cuya inocencia es sacrificada en matrimonios convenidos. Obligadas por las familias y la cultura a iniciar una vida de servidumbre y aislamiento, y atemorizadas por el trauma de embarazos a una edad demasiado temprana.

Las niñas novias constituyen una inmensa y perdida generación a las que no solo les roban la infancia, sino que las sume en una vida muchas veces marcada por las palizas, violaciones y trabajos forzados. A estas niñas novias les roban la infancia y hasta la vida. No pueden hacer realidad ninguno de sus sueños, ni siquiera pueden soñar. Se las llevan de las escuelas y se convierten en mano de obra o incluso en esclavas de la familia del marido. Todo esto conlleva problemas mentales muy serios. Incluso, a menudo las niñas novias son también víctimas de otras tragedias, como el incesto.

Las niñas novias no son exclusivas de un solo país, religión o idioma. A pesar de que el matrimonio infantil es ilegal en la mayoría de las naciones, es una tradición más antigua que las leyes que intentan evitarlo. Suceden hoy debido a la tradición, una tradición depredadora y peligrosa para las mujeres.

Lo más desesperante es que toda esa miseria y dolor ocurren en silencio. Son solo niñas. No hablan, no pueden hablar.