El dinero, que es más cobarde que una gacela, hizo un amago de salir por patas después de las elecciones municipales. Lo malo de Madrid es que se cree el ombligo del mundo mundial y que lo que pasa allí es lo que pasa en España toda. Así que en cuanto Podemos asomó la puntita nada más en el Ayuntamiento madrileño, al Ibex 35 le dio un sofoco y en la city a los sufridos ejecutivos se les atragantó el martini especulando sobre las consecuencias del asalto al cielo de los hijos de la acampada del 15-M. Las tropas revolucionarias siempre revuelven las tripas reaccionarias. O al revés, porque el orden de los productos también altera el de los factores.

Pero lo cierto es que las mesnadas del pretenciosamente nominado Pablo Iglesias ni han tomado el cielo por asalto ni se les espera. El cielo es una cosa interior de la que disfruta cada uno si tiene suerte. Lo único que se puede asaltar es el poder, que es un infierno. Justo ahí es donde ha caído la futura alcaldesa, Manuela Carmena, una jueza consumida, de verbo fácil y cara de tus vacas no pasarán por mi rancho, forastero. Administrar Madrid contra los madrileños es una tarea hercúlea en la que muchos han naufragado olímpicamente. Pero las modas tienen eso. Ahora lo que está de moda es ponerse de acuerdo para echar a los que están en el marchito machito. Como Esperanza Aguirre, que lo ha puesto fácil.

Aguirre no ha fracasado porque tenga un sueldo de 400.000 euros. Eso a la gente le da envidia, pero se la trae al fresco. Hay mucha gente que gana más. Desde presentadores como Wyoming a deportistas como Cristiano Ronaldo, pasando por una larga lista de famosos e importantes. Lo que pasa es que los millonarios entran mejor si nos hacen reír o disfrutar. El gran problema de Aguirre y los suyos es que ni una cosa ni la siguiente. Todos los que ganan sueldos estratosféricos viven del dinero ajeno, pero a unos se lo entregamos voluntariamente y otros nos atracan con una Hacienda en el pecho. O sea, que no es lo mismo que te des un revolcón porque tú quieras a que te lo den a la fuerza.

La gente que viene a desalojar a los que están en la poltrona quieren que todo el mundo sea igual de rico. O sea, igual de pobre. Están condenados a pegarse la del pulpo. En este país la gente quiere ser millonaria. Lo que pasa es que quiere llegar a rica sin pegar un sobre, a base de lotería o bonoloto o ciegos o cualquiera de los veinte mil juegos de azar que prosperan. En cuanto empiecen a ver esfumarse la pasta, se les van a poner los pelos como escarpias. Los millonarios, a las primeras de cambio, saldrán por piernas, porque tienen el avión aparcado y con gasolina. Los que nos vamos a quedar aquí somos los de siempre, que ya estamos bastante ordeñados. A mí que baje la bolsa me la refanfinfla. Lo que me tiene hablando solo es que suba la cesta. La de la compra. Igual lo que procedería no es asaltar el cielo, sino bajar las nubes, que es por donde está el costo de la vida. Pero es lo que tiene la gloria revolucionaria, que no hay sitio en el discurso para cosas tan mundanas.