El viernes, el presidente del Partido Popular de Tenerife tenía sobre la mesa la firma del pacto en Granadilla entre su partido, Coalición Canaria y Ciudadanos. Ya lo sabía. La cúpula de los nacionalistas no sabía nada, pero se lo barruntaba, porque las comunicaciones con los responsables de CC de Granadilla se habían vuelto difíciles (que es una manera de decir que la gente no se pone al teléfono). La candidata a la presidencia del Gobierno de Ciudadanos, que estaba en su casa de La Palma descansando, tampoco sabía nada de que el solitario concejal de ciudadanos hubiese pactado en el municipio sureño con los populares y los nacionalistas.

Pero habían pactado. Es decir, lo han hecho. Con independencia de que en los próximos días alguien pueda deshacer ese nudo político haciendo uso expeditivo, como el joven Alejandro, del filo de alguna espada política. Lo mismo se puede decir de Tegueste, donde el PP está a punto de cerrar un acuerdo dándole la mayoría de un concejal que les falta a los nacionalistas.

Por eso el presidente del PP, Manuel Domínguez, tenía razón cuando esta semana, tomándose un cortado, sonreía melifluamente y le decía a su interlocutor que a pesar de las declaraciones altisonantes de que no se iba a gobernar con el PP y que lo que se pactaría era echarlos de todas las instituciones, "una cosa es lo que dicen algunos y otra la realidad". La realidad es que en los pueblos la ideología tiene menos fuerza que las personas. Y que todo el mundo se conoce. Por eso en los pactos a pequeña escala el ámbito emocional y cognitivo está muy por encima del imperativo ideológico y la disciplina que intentan imponer los partidos.

Las conversaciones para un pacto de gobierno en Canarias han empezado la casa por los tejados municipales. Un grave error. Tendrían que haber renunciado a los pactos en cascada. Los partidos no tienen la fuerza suficiente como para mantener todas las cabras en el redil. En La Palma se les están echando fuera -o se les van a echar- en los municipios de Breña Alta, El Paso y Tijarafe. Los nacionalistas palmeros no habían terminado de cerrar las heridas de sus turbulentas peleas con los socialistas cuando los resultados electorales les han infligido nuevas razones para echarse al monte. De eso hablaron esta semana Román Rodríguez, de Nueva Canarias, y el presidente del Parlamento, Antonio Castro, que le señalaba lo difíciles que se estaban poniendo las cosas en su isla, donde piensan que el PSOE les engañó.

Lo miren como lo miren, para Canarias un pacto inteligente es el de Coalición Canaria y el PSOE. Porque el Gobierno del PP ha sido muy perjudicial para las islas. Y porque los que hoy están en la oposición mañana estarán en el Gobierno, con la ayuda de Mariano Rajoy y el colosal desgaste de un partido que todos los días se desmorona un poco más, aunque parezca imposible. Y lo inteligente sería sumar a ese pacto a Nueva Canarias, porque aunque no sea matemáticamente necesaria al nacionalismo canario le conviene empezar a unir fuerzas ante el escenario de unas elecciones generales pavorosamente hostiles.

Pero lo que es bueno para todas las islas es difícil que sea bueno para todos los cabildos y municipios. La Palma siempre es una anomalía política donde rigen relaciones y enemistades políticas que no son los de el resto de las islas. En Tenerife ya hay municipios donde los pactos no van a seguir las directrices regionales. En La Laguna y Santa Cruz están esperando a ver qué pasa, pero el que espera desespera. Sobre todo cuando todo son presiones desde todos lados para que tomen una decisión. A Javier Abreu le tientan con la alcaldía, pero de momento aguanta apretando los dientes y cruzando los dedos. A José Bermúdez, en Santa Cruz, y a Carlos Alonso, en el Cabildo, les saldría mucho menos costoso, políticamente hablando, un pacto con los populares en vez del que les piden desde arriba. Y tienen disciplinadamente todo en suspenso, porque están viéndolas venir en las conversaciones regionales. Lo dicho; hay gente esperando.

Harían bien los negociadores del pacto canario en no darle demasiadas vueltas a la cosa. Cuanto más tiempo dejen pasar, más piezas se les irán cerrando en el tablero. Fernando Clavijo puede hacer dos pactos, pero sólo le conviene uno. Los que se quieran poner a la sombra de ese gran paraguas regional, que se pongan. Y los que no, que jueguen por libre con sus ventajas y sus muchos y posteriores inconvenientes. Cuanto antes se saquen la foto del acuerdo antes mandarán el único mensaje útil a los pactos municipales: aquí estamos los que vamos a repartir el presupuesto.