Sentimiento u orgullo especial de quien se presenta como hijo y nieto. Solo son dos maneras de afrontar el encuentro con las palabras cambullón y cambullonero, que forman parte de la historia de Canarias. Sobre todo, de la de los puertos como Santa Cruz. Por ello, un grupo de vecinos de distintos barrios de la capital tinerfeña culmina la elaboración de un proyecto, todavía en embrión, para rendir tributo en la ciudad a aquellos personajes que, atentos a la llegada de los barcos al muelle (primero ingleses y luego de todas partes), intercambiaban productos a través del trueque con los marineros para luego venderlos o darlos a quien lo necesitara. Eran tiempos de crisis y de hambre que ellos mitigaban con este peculiar modelo de estraperlo.

Santa Cruz solo recuerda al cambullón y al cambullonero con una calle muy poco conocida en el Suroeste, en concreto en el barrio de La Gallega. Los promotores de esta nueva iniciativa plantean algo más trascendente y duradero como una escultura que recuerde para siempre la figura y su actividad.

La historia del cambullón y los cambulloneros aún está en buena medida por escribir. Hay dudas hasta en el origen de la palabra. Así, mientras unos apuestan por la versión más romántica, una derivación popular de la frase "come buy on" con la que se invitaba a subir a bordo -de viva voz o con carteles- a quienes se acercaban en una pequeña chalana o falúa, otros estiman que la procedencia es del portugués, idioma que tantas palabras ha dejado en esta tierra. En concreto del "cambulhao", cambalache o chanchullo. En Chile se emplea hoy como sinónimo de "enredo" o "confabulación". Unos lo escriben con ll, la mayoría, y otros con y. Tampoco hay acuerdo en el momento concreto de su desarrollo y apogeo, salvo el amplio abanico cronológico que va de finales del siglo XIX a los años 50 del XX.

También el propio "bisnes" o negocio es objeto de cierta controversia. Los había que hacían el trueque sobre las cubiertas del barco "con autorización del capitán". Pero otros se quedaban en tierra y hacían el trato tras bajar las tripulaciones al muelle. Da igual que sea cierta una cosa u otra, o tal vez las dos a la vez, porque lo importante es el personaje y su actividad.

Característico en Canarias es que, paradójicamente, el contrabandista, o mejor comerciante clandestino, no tiene hoy una imagen negativa. Al contrario. La leyenda lo pinta valiente, pícaro y hábil en sus artes. La tradición oral o las coplas del folclore lo afirman y lo cantan. "Mató mucha hambre" o "nos dio la vida", dicen. Porque la variedad de mercancías que introducían en la isla era muy grande: alimentos, herramientas o útiles de toda clase. Y también medicamentos.

Sobre todo en la durísima posguerra. En ese marco hay que acudir casi al mito, cuyo entramado literario incluye el nadar hasta los barcos para recoger la penicilina llegada de Argentina y poder salvar luego a algún enfermo con el antibiótico. En muchas casas se oía esta historia hasta no hace mucho tiempo.

Este legado a las generaciones actuales tenía su templo: la famosa marquesina, refugio de los cambulloneros, donde iban a beber y a comer. Ha quedado el monumento, un recuerdo imperecedero donde estaba la posada.

Aún queda actividad, muy residual, del cambullón en los puertos canarios, también en Santa Cruz, pero con el aumento de las medidas de seguridad y el control en las instalaciones portuarias, la situación cambió drásticamente, curiosamente coincidiendo con la llegada de la democracia. Llegaban malos tiempos para el cambullonero, pero pervivió su leyenda.