Las negociaciones de pactos tienen momentos de calma y estallidos de tempestad. Hemos visto ya en los últimos años lo difícil que es poner de acuerdo a todas las fuerzas en liza, cómo los partidos se estrellan contra lo imposible intentando disciplinar a grupos municipales de pueblos chicos, donde la dinámica política la construyen gentes enfrentadas por viejas rencillas, no por ideologías o programas o por el reparto del poder. Y hemos visto -en el último momento, cuando todo está listo o lo parece- lo difícil que es evitar la tentación al todo o nada de los que se quedan fuera y ofrecen gratis alcaldías y presidencias. Estas negociaciones de ahora responden al mismo patrón: comenzaron con una declaración de intenciones por parte de Coalición y el PSOE, y un recuento de efectivos empezando por abajo, que es lo que hicieron en su primera jornada las comisiones negociadoras. El setenta por ciento de los municipios en los que es posible ese acuerdo están dispuestos a suscribirlo. En La Palma, hace cuatro años eran nueve los ayuntamientos con problemas. Hoy, resuelto -parece- lo de El Paso, solo quedan dos y que Pestana acepte nombrar vicepresidente a Perestelo, para que el estropicio se resuelva.

Situaciones similares se dan aún en bastantes municipios de las islas. Aparte están aquellos que preferirían otro pacto: en Tenerife, Carlos Alonso y José Bermúdez se sentirían más cómodos en un pacto con el PP. Y Javier Abreu firmaría encantado cualquier acuerdo que le hiciera alcalde, si ello no le convirtiera además, ante los ojos de su partido, en responsable de romper el pacto regional. Así, mientras los dirigentes intentan un acuerdo por arriba, las tensiones por abajo trabajan para evitarlo. Los partidos canarios -quizá con la excepción del PP en el poder- no funcionan como ejércitos disciplinados que obedecen a un comandante en jefe, sino como grupos integrados por personas a la greña, con distintos intereses personales y locales.

Por eso se equivocan quienes creen que esto se resuelve solo con instrucciones. El pacto se construye con tiras y aflojas, con derrotas y compromisos, aceptando que hay cosas que no pueden ser, sumando lo que se puede sumar y pensando en lo que puede ocurrir si al final el pacto es otro y se vira la tortilla. En política ningún acuerdo es perfecto, y mucho menos definitivo. Puede saltar por los aires media hora después de haber sido firmado. Y el próximo pacto, sea el que sea, va a encontrarse con un problema del que se habla poco en la recta final, que es la disminución legal del número de concejales liberados, como consecuencia de la entrada en vigor de la Ley de Racionalización y Sostenibilidad de la Administración Local. A la hora de la verdad, vamos a tener mucha gente enfadada por los pasillos de esos ayuntamientos y cabildos.