El reconocimiento de la crisis con los subsiguientes y duros ajustes económicos dio la impresión de que por fin en España se habían aprendido bases elementales de economía. Ayudó mucho a ello la prima de riesgo, que subía al cielo día tras día. De repente se descubrió que el gasto tenía que ver con los ingresos, o que para que hubiera gastos era necesario proveerse de ingresos. Términos que muchos no pensaban tuvieran relación alguna. Bastaba la certeza "moral" de que gente mala, normalmente la derecha, busca deliberadamente perjudicar al "pueblo", como mínimo por su egoísmo natural. Para que este dogma de fe no se perdiera, se execró contra los ajustes, los recortes, veleidades sin otro fin que perjudicar a "los de siempre". Por tanto, toda negociación técnica sobre cómo y dónde hacerlos para que resultaran mitigados cayó como siempre en este país en saco roto. En España siempre se antepone el eslogan, el dogma y la pancarta a la unión de esfuerzos y colaboración.

Lo más curioso e irracional era que se aceptaba a medias el retruécano: el primer término de que la crisis existía y que no se podía vivir por encima de nuestras posibilidades, incluso que nuestra riqueza había sido un bluf; en cambio, aceptando eso, se rechazaba cualquier ajuste o recorte. No cabía ni negociarlos (por nadie), maravilloso país en que el sacrificio, el esfuerzo compartido, la meta común, jamás puedan darse.

Llegaron los datos objetivos de la economía, y la mejoría real y mensurable ya no sé podía negar, porque encima la certificaban Europa y el FMI. El victimismo, el pesimismo y la primacía de la consideración "moral" no podían arruinarse. En este país todo el mundo es muy solidario con los que sufren, sobre todo si es gratis. Por lo que se quitó importancia a esos datos positivos y optimistas, tildándolos de macroeconomía: una suerte de ficción o banalidad que no tenía efecto alguno en la microeconomía. Claro, nadie proponía cuál podía ser la alternativa a la memez (o mentira) de la macroeconomía.

Por fin ha llegado la casta vencedora de activistas vitalicios, focalizados y rudimentarios en sus obsesiones de monistas por biografía (Carmena, Colau, Kichi, Mónica Oltró...) y han dado con la microeconomía sin macroeconomía, con la chistera y Aladino. Ahora serán posibles absolutamente todos los gastos, multiplicar lo público, impedir inversiones (y ahuyentarlas), competir con Cáritas...

Ya tenemos microeconomía sin macroeconomía. Tiempo al tiempo y a la evolución del paro, deuda, inversiones, riqueza...