Desde aquel 15-M hasta este 24-M ¿qué ha pasado?... Pues ni más ni menos que, en cuatro años, se ha impuesto el rigor de la lógica.

Los actuales resultados electorales, sucedáneo de un previsible estallido social, son consecuencia natural de un proceso de fermentación que se fraguó en la Puerta del Sol como clamorosa llamada de atención hacia unas autoridades emburbujadas en sus mundillos esféricos, aisladas de la gente normal y del cúmulo de víctimas que una inhumana gestión política iba generando en el pueblo soberano, cuyos derechos fundamentales se fueron cercenando con prepotencia y desprecio a su dignidad.

La torpe respuesta institucional, para contrarrestar los efectos del movimiento popular, fue la falta de respeto. Se le vilipendió, reprimió, menospreció y acosó en un intento de eludir las propias responsabilidades ante una protesta masiva que reivindicaba justicia social, honradez ante la corrupción generalizada, clemencia contra los abusos de poder, contra el saqueo en nombre de los recortes y de una infame reforma laboral... Legítima defensa de intereses básicos y derechos constitucionales conculcados al socaire de un demoledor gasto público aplicado exclusivamente en favor de las esferas del poder, al dictado de un terrible feudalismo financiero.

Imposible hacerlo peor. En lugar de escuchar y valorar la voz colectiva, se intentó amordazarla, ridiculizarla en orquestada campaña de desprestigio -se acuñó la figura del perroflauta- y hasta se recurrió a la violencia para reprimir incómodas protestas.

La masa gestada desde los "¡Indignaos!" de Stephan Hessel y de los principios morales descritos por José Luis Sampedro quedó huérfana tras el fallecimiento de ambos ideólogos. Pero el exceso de presión oficial la mantuvo activa, aunque a falta de estructura política y de un liderazgo adecuado que aglutinase ideas y voluntades. Siguió sola e indefensa en la tahona, amasándose pero sin levadura.

La inmisericorde manipulación ha determinado que en un cuatrienio aumentase el imparable y cruel aluvión de ciudadanos, los más desfavorecidos y vulnerables, para integrarse en la textura mal trabajada sobre la mesa panificadora.

En las elecciones europeas de 2014 apareció por sorpresa un fenómeno político que pudo ser la levadura que auspiciase el proceso de fermentación. Así se ofreció en un principio como ilusionante revulsivo. Pero de inmediato, y de acuerdo con lo previsible, se inició una virulenta campaña de desprestigio hacia la formación recién configurada.

Por desgracia, la inviabilidad de su doctrina fundamentalista y obsoleta, el impracticable radicalismo de su infraestructura y de las personas que la configuran, se lo puso fácil a la casta dominante, y el chaleco salvavidas se fue rajando por material defectuoso y etiquetas caducadas.

Lo que pudo ser el microorganismo fermentador para completar el pequeño milagro de panes sin peces se ha frustrado por la supuesta contaminación del maltratado amasijo que, por excesiva tortura a manos del implacable panadero, ha sustituido la indignación interna por componentes negativos de aversión, resentimiento y odios que han radicalizado una masa maltrecha que ya no admite un revulsivo inocuo, sino que solo acepta la incrustación en su estructura de un fulminante tóxico, acorde con el material propenso a la detonación que la irresponsabilidad política ha propiciado.

En vísperas de otras elecciones, donde ya no servirán como campaña discursos falaces, un elemental repaso de la Historia nos indicará el alto riesgo actual de que los resultados dejasen de ser un sucedáneo.

Una apisonadora averiada, lista para el desguace, debe desmantelarse en lugar de reintentar arrancar un motor gripado y sin gasolina.

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