Aceptar la realidad es una buena manera de gestionar los problemas que produce. Cualquier persona con dos neuronas a la que se le pregunte qué pasará si se toca el himno nacional de España en el Nou Camp en una final entre el Barsa y el Athletic de Bilbao responderá que habrá abucheos. Es lo que hay. No hay que ser un profeta. Y pensar cualquier otra cosa va en contra de la lógica de la actualidad.

Otra cosa es que queramos cambiar la realidad. Y entonces hay fórmulas. Unas son largas y complejas. CiU, por ejemplo, tardó un cuarto de siglo de inmersión lingüística y cultural en transformar a las nuevas generaciones de catalanes en efervescentes independentistas. Tal vez quienes quieren construir la idea de "España nación" tendrían que empezar entendiendo que para hacerlo necesitan crear primero un sentimiento y luego gastarse una pasta en inculcarlo en la sociedad.

El nacionalismo es básicamente una infección sentimental. Cualquier nacionalismo. También el español. Si fuéramos capaces de reunir a la parte más selecta de la afición del Real Madrid -esos que van con una bandera española con aguilucho- y les pusiéramos en el Bernabéu el himno de Cataluña, seguramente escucharíamos los mismos pitos y abucheos. Porque la segunda de las características del nacionalismo -además de su raíz emocional- es que se confronta con otros. Es decir, el nacionalista es de un lugar porque "no" es de otro.

Es importante distinguir el patriotismo del nacionalismo. Son cosas distintas. El patriotismo es un sentimiento y el nacionalismo es una infección intelectual. Es normal que un ser humano sienta arraigo por el lugar donde nació y pasó su infancia. El cariño por sus recuerdos adolescentes, por los paisajes y la cultura de su tierra, es una emoción saludable y en cierta forma inevitable. El nacionalismo consiste en que sobre ese acervo sentimental se empiezan a construir simetrías sociológicas y estructuras políticas. Sentirse catalán es una manifestación emocional. Pensar que por ser catalán es necesario tener un estado propio y diferenciado es una construcción intelectual. Lo primero pertenece al mundo de los sentimientos y lo segundo al orden del pensamiento sentimental. Un pensamiento que prospera cuando se infectan las emociones con un discurso de agresiones, derechos, esperanzas y sueños.

Cuando Madrid -metáfora del ombligo del Estado nación español- aborda el problema catalán o vasco lo hace desde el mismo plano aunque de distinta orilla. Son dos discursos nacionales enfrentados. Dos infecciones emocionales incurables. El Estado se mantiene por la fuerza de la fuerza expresada en leyes y en la capacidad de hacerlas cumplir. Lo demás son pamplinas.

Incidentes como el ocurrido en el Nou Camp deberían ser condenados y olvidados rápidamente. Muchos de los que abuchearon el himno español también gritaron los goles de Iniesta con La Roja. Es imposible tener un diálogo racional con lo irracional. Con quien se golpea el pecho con una barretina mientras delira de pasión por los goles de un argentino multimillonario y genial.

Alguna vez los himnos se escucharán con emoción, respeto o aburrimiento. Pero será cuando los políticos no los usen para sus fines. No son los que gritan los culpables. Son los que, en el palco, aguantan una sonrisa o disimulan su rabia. Los titiriteros.