Contemplando en una revista semanal las rotundidades de la nieta del tenor Plácido Domingo, veo que la facultad de dar el do de pecho como su abuelo lo realiza con creces y por partida doble. Sin embargo, páginas adelante me topo con uno de esos remedios supuestamente milagrosos para desengancharse de las drogas, basado en la aspiración de las propiedades químicas de las glándulas del sapo. Visto así y a juzgar por sus efectos, no deja de ser otro alucinógeno publicitado por un nuevo protagonista que ha sido consumidor declarado de otras sustancias e impulsa así su chiringuito para ganar clientela.

Les aseguro que yo, en lo que respecta al batracio, sólo conocía las virtudes gastronómicas de su esposa, la rana, cuyas ancas, enharinadas y fritas, suelen ser un manjar bastante apreciado con sabor a pollo. Pero no es menester que me vaya a autonombrar ahora como un chef de renombre; de esos que con media docena de guisantes, un langostino y un chorretón de mayonesa preparan un plato exquisito y carísimo, digno de la guía Michelín. Por preferir, me decantó más por nuestros guisos autóctonos, desprovistos de tanta parafernalia ornamental, más abundantes y accesibles al bolsillo.

Transcurridas las elecciones, con resultado más repartido que antaño, corresponde la complicada tarea de consensuar la mayoría absoluta y tener un margen de comodidad a la hora de gobernar para la ciudadanía. Labores que corresponden a la lista más votada y al resto de los elegidos a fin de adecuar sus puntos programáticos para cuadrar la cifra necesaria.

Y aquí entra, dicho en la jerga política, la opción de tragarse un sapo por cada concesión a las exigencias del futuro cogobernante. Acuerdos que serán a la recíproca, pues de otro modo concluirá la primera quincena de junio y aún no se habrán conformado los diversos equipos de gobierno.

Esta misma tarde, cuando escribo, ya se habrán reunido CC y PSOE-PSC para darse un atracón intercambiando sapos de toda especie y color. Uno del país por otro rojo, o, llegado el caso, por otro ensolerado en las selvas venezolanas, capaz de poner la coleta de punta. Y no es para menos, porque la bufotenina contenida en las respectivas glándulas los deja inicialmente epilépticos, hasta eliminar los efectos secundarios de las objeciones y ponerlos luego en posición fetal como mansos corderitos dispuestos a todo, exhibiendo una serenidad inusual que los hará capaces de rubricar todo lo que le pongan por delante en el próximo cuatrienio legislativo.

Espero que cuando se alumbre este comentario, ya se habrá resuelto un acuerdo global, para luego ir limando asperezas de los reticentes en los distintos órganos municipales e insulares de este mapa archipielágico. Porque, en definitiva, el pueblo, que ha sido el artífice de este menú político, tiene que ser obligatoriamente el beneficiario de su apoyo. Da igual que sean sapos o ranas, lo importante es entonar cuanto antes el do de pecho natural como la nieta del tenor español.

jcvmonteverde@hotmail.com