He vuelto a escuchar con atención el discurso de Cecilia Domínguez Luis en la entrega de los Premios Canarias. La escritora, Premio Canarias de Literatura 2015, intervino en nombre de los galardonados y yo me enganché a su discurso desde el minuto uno: "La cultura no puede ser individualista, sino una unión de diferentes voces de hombres y mujeres que tienen como objetivo la libertad y la unión de los pueblos".

Tituló su texto "Juego limpio" y el núcleo de su intervención fue la cultura. Un concepto de la cultura con mayúsculas, esto es, la cultura como compromiso personal y social. La cultura como sinónimo de "humanización".

Fue un discurso crítico, en algún momento irónico, defensor, reivindicativo, profundo y esperanzador. Y en el que inevitablemente se deslizaron las evocaciones de una poeta. Porque las palabras de Cecilia fueron para criticar la "trivialización" de la cultura en la que vivimos, "superflua y banal, donde solo se valora aquello que es útil económica o políticamente"; para "animarnos" irónicamente a seguir "cultivando la charanga", "el ritmo danzón que nos aturda"; para recordarnos que "un pueblo sin una base educativa y cultural sólida es una presa fácil para el engaño, para que se le venda gato por liebre"; para reclamar la necesidad de una cultura "comprometida con su tiempo"; para vincular ese compromiso con "la integridad, la honradez, con el otro y los otros"; para expresar que, "a pesar de todo", hay quienes siguen creyendo que "la literatura, la música, las artes, el deporte, en definitiva, la cultura, puede salvarnos".

Después de oír a Cecilia, me vino a la memoria algo que leí hace tiempo sobre Kenia y la abrumadora presencia de atletas keniatas en las grandes competiciones internacionales de atletismo. Y más que en las competiciones, en los podios, porque estos deportistas africanos arrasan obteniendo medallas. Recuerdo que la encuesta realizada pretendía averiguar cuál es el secreto del éxito de estos extraordinarios corredores y corredoras, que destacan entre los más veloces del planeta. En el debate había quien apuntaba la genética o las características geográficas como la altitud, pero el argumento que se imponía tenía que ver con una extensa cultura del atletismo.

Investigando características hallé varias coincidencias. Los niños y niñas keniatas juegan en la calle, de manera que tienen menos posibilidades de ser sedentarios. Los caminos y senderos por donde corren son ligeramente terrosos e irregulares y producen una mayor potencia muscular en las piernas. Todos conocen a sus figuras del atletismo con récords mundiales, así que los jóvenes corredores tienen a quienes poder admirar y de quienes poder aprender a superar inseguridades. La grasa en la dieta es escasa. Funcionan como verdaderos equipos, entrenan juntos, se ayudan y se protegen. Descansan tan intensamente como entrenan, durante largos períodos que les permiten recuperarse física y mentalmente. Las escuelas están implicadas con la educación física y se han incrementado las inversiones en la construcción de instalaciones y centros deportivos. Incluso encontré algo curioso: cuando llegan las dificultades y las lesiones, los atletas invocan el lema "hakuna noma", que al parecer significa "no hay problema", para admitir los contratiempos. Kenia es hoy día una potencia mundial en atletismo.

La cultura marca el camino y señala las rutas del crecimiento social, que no es crecimiento de unos pocos, sino crecimiento global. La cuestión, me parece a mí, es plantearse en serio cuál es la apuesta cultural y responder con honestidad. ¿Una cultura entendida como compromiso individual y colectivo, o una cultura desentendida de todo, excepto del "yo"?

Yo diría una cultura hacedora del progreso de todos, aunque me gusta mucho más cómo lo expresó Cecilia cuando pronunció la palabra "humanización".

@rociocelisr cuentasconmipalabra.com