Levantarse desanimado, un tanto triste, sin la más ligera ambición parece ser moneda corriente en determinadas personas. A mí suele ocurrirme también. Y como me persiguen las casualidades -creo haberlo dicho varias veces- hoy, que tengo uno de esos días, me he encontrado un artículo que me fue publicado aquí el 23 de mayo de 2009, y que no ha venido a mis ojos precisamente para alegrarme. Yo escribía entonces así:

"El mar tira de mí desde el origen, desde el día primero de mi aliento, cuando entraba en mi casa su sonido, áspero algunas veces, pero otras veces con la salada suavidad que sellaba el verano. Saltando con fiereza por "La Crucita", erigida junto al viejo molino desaparecido, o tendiendo su inmaculado mantel de espuma sobre la arena de la pequeña playa que nació al abrigo de la antañona bahía. ¿Cómo, sin él, podría yo seguir viviendo? La casa que me diera su cobijo tendría que estar siempre, perpetuamente junto al salitre. Por mucho que me guste el olor a pino o el aroma de la tierna hierba, mojada por las primeras lluvias del otoño. Primero el mar; primero la caricia azul inevitable".

"Sobre la rada vivía el camino de "Las adelfas", justo en la primera curva de la carretera. En él paseábamos en los primeros años de la juventud. Mejor dicho: en los días líricos de la adolescencia, cuando el inevitable aroma de las adelfas aceleraba el ritmo de nuestro corazón. Aunque tal vez no fuera el aroma de las adelfas, sino que serían otros los motivos".

"Un día llegaron los odiosos tractores. Hicieron más ancho el paseo y ya se le llamó carretera. Y se fueron también las adelfas, como si se sintieran incómodas en aquel lugar del que había escapado el sosiego. Con los tractores fueron otras las sinfonías. Y, como colofón de todos los conciertos, sentó allí sus reales su majestad el automóvil. Y se acabó el paseo juvenil sobre la rada; una rada triste que vio cómo perdía a sus amigos de cada tarde, cuando la mirábamos casi con ternura, a pesar del mal genio de las olas en el invierno". (...)

"Tampoco mi calle tenía tiempo para aburrirse. El olor a la madera tierna de las carpinterías nos llegaba desde la mañana. Al lado de la carpintería iba naciendo el olor a pan tierno y yo solía confundir el aroma de la harina, tostada en el anticuado horno de Julián, con el serrín dorado y las virutas de la madera virgen que despedían las carpinterías. Trepidaba el motor del molino de gofio durante el día y también cuando lucían las estrellas. Pero el molino se fue por el camino de la paz, tal vez porque parecía haber sido inventado para mitigar los momentos tristes de la guerra". (...)

"A mí, estas desapariciones me entristecen el alma porque se van con ellas todos los recuerdos de un tiempo, que no fue mejor, pero que permanecía inevitablemente unido a la memoria". (...)

"Un día se ausentaron también, sin haber hecho daño a nadie, las esbeltas palmeras de los dátiles azucarados que caían sobre el kiosco y los jardines de la Plaza de Arriba. Otro día desapareció, sin nocturnidad ni alevosía, solo por las buenas, la pila en la que resbalaban los jóvenes forasteros que terminaban casándose en Garachico. Algo especial tendría aquella agua. También, en fin, enfiló el camino definitivo el horno de cal de don Gregorio Fleytas, que se hallaba, desafiante en apariencia, muy cerca del puerto abandonado. Demasiadas ausencias para tan corto espacio de tiempo. La vida, ahora, se desenvuelve un tanto bullanguera en los alrededores del castillo, donde recibe, a todas horas, el guiño aristocrático de los pétreos escudos seculares que le brinda la antañona fortaleza".

"Pero a mí, como siempre, sigue adormilándome el mar, tal vez porque en su superficie continúan reflejando su belleza las estrellas".

Cuanto dejo entrecomillado en los anteriores renglones refleja -con algún que otro cambio inevitable- mi modo de escribir de entonces. Han transcurrido ya seis años. ¿Creen ustedes que debo seguir aquel estilo triste o será mejor, como hago ahora, escribir sobre diptongos, gerundios, tildes, concordancias, diéresis, dequeísmos...?

Si les place opinar, creo que aquí, en estas páginas mañaneras, tienen el camino abonado. De ustedes depende. Aunque sé que nadie busca adrede la tristeza.