"Los amigos de mis amigas son mis amigos... Uff vaya lío..." ¿Recuerdan a las chicas de Objetivo Birmania? Hoy ni siquiera hace falta ser amigo de ningún amigo de nadie para ser amigo de cualquiera. Entras en el Facebook y enseguida tienes -sin buscar nada ni a nadie- la tira de amigos o amigas y otros cuantos "renovables" que presumiblemente pudieras conocer.

Así es que le das a la tecla y -sin acción episcopal ninguna- quedas confirmado con un sinfín de amistades virtuales con las que entretenerte. No necesitas que nadie te presente. Yo entiendo la amistad de otra manera. Aunque también es válida esta vía para conseguir fuertes lazos de amistad y hasta el amor de tu vida.

Este escribidor no es persona de multitudes, más bien todo lo contrario. La enorme ventaja de los pocos es que tienen el contraste del oro auténtico. Cada ser humano tiene los amigos que merece, tanto en cantidad como en calidad, y eso nos ha de bastar a todos y cada uno de nosotros. No obstante, todos, y lo de todos lo digo así porque me refiero al mogollón, tenemos una pléyade de gente a la que indiscriminadamente llamamos amigos por el mero hecho de mantener, o haber mantenido, una determinada relación. Nos conocemos, y sobra. Pero esto es una relativa superficialidad, e incluso temeridad, pues en ese totum revolutum van incluidas las clasificadas como amistades peligrosas... Eso sí, de ahí puede salir un grupo más o menos concreto y discreto, con el que se mantenga, digamos que una cordial relación. Pueden ser hasta "buenos amigos", por diferenciarlos del resto, si se quiere. No son muchos. Luego de esos salen unos pocos, muy pocos en realidad, con la categoría de excelencia. Excelentes amigos, por ponerles un marchamo. E incluso de esos poquísimos, sólo Dios sabe si alguno de ellos, y quizá ni nos demos cuenta, llegue a alcanzar la categoría de auténtica amistad. Esas cosas vienen dadas por sí mismas y andan su propio camino en solitario. Si se fuerzan, pueden resultar falsas.

Al final, la realidad es que esos bien llamados amigos puros, me sobran dedos en las manos para contarlos. Son aquellos -separando a la familia, pues forma un universo aparte- que no os pedís cuentas de nada, que os soportáis todo mutuamente. Aquellos que ya forman parte de ti mismo igual que tú de ellos, como compartiendo una misma genética del alma. Los que hacen que ya no fueras enteramente tú si ellos no estuviesen ahí, porque tú eres tanto parte de ellos como ellos son parte de ti.

No pretendo elaborar aquí ningún baremo de la amistad. Cada cual tiene su propia medida, su propia escala, y no tiene por qué coincidir con ningún otro. Lo que sí es cierto es que una cosa es llamar amigo a... y otra muy distinta sentirse amigo de... Y que lo que es fuente de satisfacción también puede ser fuente de desengaños, por eso yo prefiero la plenitud a la satisfacción, aunque esa plenitud sea tan rala y escasa como abundante puede ser lo satisfactorio.

Hay quienes prefieren calificar las amistades de maduras o inmaduras, según el grado. A mí el adjetivo de la amistad me importa bien poco, porque a las inmaduras no las considero amistades, igual que una fruta no es comestible hasta que se encuentra en sazón. Claro que quien no conoce otra fruta que la verde, cualquiera puede parecerle sabrosona.

A los amigos se les define con pincel de corazón. Como a las cosas pequeñas -esas que importan-. Quizá porque de corazón uno vive más feliz cuando la felicidad lo permite. Este domingo te invito a que hagas un esfuerzo por reencontrarte con esos amigos que entraron en tu corazón. Con entusiasmo, arrebatadamente, sin prudencia. A no dejar que tu vida siga pasando sin que ellos te la enriquezcan. A no "abandonarlos". Sabes que no hacen falta excusas. Por mil años que hubieran pasado desde tu último encuentro. Da igual cómo lo hagas -teléfono, whasapp, Facebook o en persona-, pero hazlo. Lo digo por ti. Sobre todo por ti.

Feliz domingo.

adebernar@yahoo.es