No me gustan los pronósticos. Si tuviera una bola de cristal sería una pitonisa gorda en vez de un periodista calvo y con barriga. No sé que depararán finalmente los últimos estertores de este parto de los montes que -como el de Iriarte- empezó con ruidos volcánicos y parece que -con suerte- parirá un ratón o dos o tres o incluso cuatro

Sea lo que sea y ocurra lo que ocurra, los pactos son así: empiezan con una voluntad cerrada de acuerdo, luego se tropiezan con la realidad y se revuelcan en lo imposible, algunos enloquecen, otros se mantienen lúcidos y fríos. Y al final sale lo que puede salir, que nunca es un todo o nada, sino un reparto más o menos desordenado de cuernos y traiciones, por este lado y por el otro. La lista de los que quedan dentro del paraguas y la de los que se quedan fuera la sabremos definitivamente hoy: a cambio de no estar en Santa Cruz, los socialistas harán alguna por el Sur, y recibirán respuesta por el norte, y vaya usted a saber qué más. Daños colaterales y medidos, pero la renovación del pacto de Gobierno se salva. Era esa la apuesta importante, y al final ha salido (o va a salir). En el camino, quedan pendientes La Laguna y el Cabildo tinerfeño. Si Javier Abreu quiere ser Adelantado en lugar del sucesor del Adelantado, tendrá que asumir dejar al PSOE fuera del Cabildo. Es una decisión de los dos Abreu y los del PSOE. Podrá doler, pero no mata. No es el fin del mundo.

Porque -y eso es lo más importante- nada es el fin del mundo en política: unos entran, otros salen, otros se quedan y cada cual pone sus condiciones para entrar o salir o quedarse. Así es la vieja política y así será la nueva. La cosa es normalizar lo que ocurre, quitarle dramatismo y trascendencia. Y reducir el drama: el PSOE está en su derecho a no gobernar con el PP si no quiere hacerlo. Pero castigar a la inexistencia al PP -un partido votado por decenas de miles de personas en Canarias en las últimas elecciones- es poco práctico y menos sensato. Desde que Bermúdez empezó a bailar al filo de la ruptura, era obvio que el pacto no saldría ni completo ni muy estético. Pero lo que no puede ser no puede ser y además es imposible (sé que repito a Perogrullo, pero es ya tarde y ando cansado). La gran pregunta que se hace hoy todo el mundo es si fue el alcalde (hasta hoy en funciones) el que llevó la perra por derroteros extraños, o si la soga que la movía era más larga. Uno, que está en esto unos años, tiene la impresión de que Bermúdez es muy de Clavijo, que fue quien le puso de alcalde (bueno, también le puso José Ángel Martín, dándole sus votos hace cuatro años, pero esa es otra historia), y que si Bermúdez se tiró a la piscina sin mirar es porque alguien le dijo que estaba llena.

Ahora esta llena de unas cosas y vacía de otras. El Gobierno regional se mantiene, aunque el paraguas ha encogido lo suyo, y protege sólo a algunos pocos. ¿Alguien esperaba otra cosa? Pues no sé por qué. Los pactos son así. Siempre son así.