En una conferencia sobre apreciación musical a la que asistían -sobre todo- universitarios y jóvenes profesionales, el ponente lanzó una pregunta al auditorio: ¿de qué hablan la mayor parte de las canciones? Lógicamente, mi respuesta mental fue la esperada por el orador, pero se levantó una asistente y declaró: "A mí me parece que la mayoría de las canciones hablan de desamor". Y en buena parte llevaba razón: hoy, la casi totalidad de los poemas y canciones expresan decepción, desamor.

Existe un fuerte desencanto que tiñe el ambiente cultural dominante, un fondo de pesimismo y desconfianza que conviene afrontar, porque resulta desmotivador, negativo. A mi parecer, nace de algunas ideas mal digeridas que trataré de resumir. (También de muchos programas televisivos saturados de morbo, de falsedades y banalidad).

En primer lugar, se confunden los ideales con las ideologías, y con la gran decepción que arrastraron -por ejemplo, la utopía comunista o la nacionalsocialista-. Y de esta falsa mezcolanza se alimenta el clima de decepción que abona el desamor. Para Jean François Lyotard, que popularizó el término postmodernidad, ya no tienen sentido los grandes relatos, solo los fragmentos. Pero esta desilusión debe ser comprendida y superada.

También influye la escasez de exposiciones profundas sobre el maravilloso sabor del amor duradero. El filósofo Javier Gomá lo ha subrayado con belleza: "¿Cómo combatir los efectos negativos del tiempo sobre él [amor]? Educando tu corazón para que se entregue sólo a alguien digno de ser tu amigo. Uniendo en la persona amada eros y philia, deseo y admiración, prestas a la pasión amorosa la duración que pertenece sólo a la amistad. Porque eros arrebata un instante pero la admiración mantiene perdurablemente vivo ese momento divino cuando el resto de las fuentes del deseo se han secado drenadas por la ley de la entropía universal. Y es entonces, sólo entonces, cuando se hace posible arriesgarse a vivir algo tan aparentemente contradictorio como es un viejo amor".

Por último, tal vez no se valora la importancia del enamoramiento. De modo coloquial, se puede afirmar que muchos jóvenes piensan que el amor es como las manzanas de un supermercado: siempre habrá muchas a mano para sustituir a la que no guste. Pero no es así. Ya Ortega y Gasset advertía de "su extremada infrecuencia". En el mismo sentido, el genial pensador francés Christian Bobin sentencia que "el cometa del amor solo pasa rozando nuestro corazón una vez cada eternidad. Hay que estar vigilante para verlo".

Me parece necesaria la tarea de reconstruir la cultura del amor. Saber exponer, sin moralismos ni juicios éticos respecto de ninguna persona o situación, que el amor nunca defrauda. Lo que duele es lo contrario: el desamor. También la indiferencia o la pobreza solitaria del que no sabe amar. Porque en el fondo, sin un discurso fuerte sobre el amor se favorece la desconfianza y la duda ante cualquier problema sentimental. Y eso daña, incluso desde su nacimiento, a la propia relación afectiva. Para ello, encuentro decisivo recuperar el papel de la voluntad para construir el amor de donación. La voluntad depende de nosotros, se puede comprometer; los sentimientos, no: acompañan al amor, de modo intenso en sus comienzos, pero no son su núcleo decisivo. En definitiva, aprender y enseñar a amar, como la mejor herencia para los jóvenes.

El poeta actual Vicente Gallego ha escrito: "Es oscuro el legado / de quien no mira el mundo con amor. / Nada tiene que ver con una falta / de bondad o de nobleza esa triste actitud: / es tan solo un estigma de los ojos. / Y yo he visto a los hombres / extraviarse en su mirada ciega". Se trata de limpiar la cultura de ceguera y decepción, de recuperar el ideal del amor que dura y que, al decir de Quevedo, termina en "Amor constante más allá de la muerte: Polvo serán, mas polvo enamorado".

@ivanciusL