Más allá de creencias y ateísmos, San Isidro hizo ayer el milagro y se vengó de la inesperada, injusta y desluciente lluvia del sábado en la noche orotavense. Un agua que hizo que su célebre, entrañable y tajaraste Subida del Santo superase cualquier récord de velocidad, fuegos artificiales incluidos. Como si las ganas frustradas y acumuladas se confabularan, la romería de ayer sirvió de excelente compensación para los villeros y visitantes para regalarse unas 20 horas de fiesta (los de más aguante, claro), con infinidad y muy variadas fórmulas de disfrutar una gran excusa de desfase existencial.

De las fundas plásticas que protegieron a los santos el sábado en la romería chica se pasó ayer a una romería flamante y ultraparticipada, con casi un centenar de carretas si se atiende a los carros que se incorporan de forma improvisada en el recorrido. Sobre las 13:30 empezó un recorrido que, hasta las 20:00 horas, llenó la espina dorsal de la Villa de los sonidos, olores y colores de siempre, aunque, quizás, con más ganas que otros años por la frustración sabatina.

Es más, el gobierno local debería plantearse qué hacer con suspensiones como las del sábado y trasladar a la romería canaria más importante actuaciones como las de Son 21, que ayer podría haber intensificado la fiesta tras la entrada de los santos en El Calvario.

Mientras, múltiples muestras de este tipo de fiestas: vino, insinuaciones, cánticos, teléfonos a dar, malos y estelares momentos o esquinas que explorar.