Los legisladores americanos tuvieron que elegir, al fundar las bases de la nación, entre tener una prensa libre o una prensa responsable. Para conseguir lo primero se le tenía que otorgar la máxima autonomía e independencia a los profesionales de la información y a las empresas. Para conseguir lo segundo se tendrían que poner límites estrictos a la libertad de expresión. "Podemos tener prensa libre. Pero si es realmente libre alguna vez alguien será irresponsable. Ahora bien, si decidimos que sea responsable, ninguno será realmente libre", dijeron.

Desde hace un tiempo a esta parte en nuestro país hemos empezado a legislar (como en otras partes de Europa) castigando la expresión de ideas u opiniones que consideramos contrarias a las opiniones mayoritarias de la sociedad. Hoy puede ser delito expresar ideas que puedan considerarse racistas o xenófobas, que apoyen el terrorismo o que atenten contra la dignidad de las víctimas.

Pero al mismo tiempo que se cambian las leyes para perseguir la expresión de ciertas opiniones, se está persiguiendo social y mediáticamente a quienes se atrevan mantener ideas políticamente incorrectas. El efímero concejal de Cultura de Madrid, Guillermo Zapata, ha presentado su media dimisión (se va de Cultura, aunque se queda en la silla) después de haber sido linchado por escribir en Twitter algunas expresiones humorísticas que se consideran ofensivas. En un mensaje en esta red social del 31 de enero de 2011, el hoy concejal decía: "¿Cómo meterías a cinco millones de judíos en un 600? En el cenicero". Zapata también escribió este otro "chiste" en 2011: "Han tenido que cerrar el cementerio de las niñas de Alcaser para que no vaya Irene Villa a por repuestos". No hace falta mucho discurrir para considerar que los dos mensajes, por diferentes razones, son extremadamente idiotas e inoportunos. La cuestión es si el tal Zapata tiene derecho a tener un pésimo sentido del humor.

Estamos acercándonos peligrosamente a una censura que puede resultar tan terrible como la de aquella dictadura que dejamos atrás hace cuarenta años. No hay nadie, no existe ninguna idea, no hay ningún valor que pueda situarse por encima del derecho a expresar libremente nuestras opiniones, juicios y prejuicios. Mantener que hacer humor sobre la estupidez de las rubias es machismo, reírte de un chiste sobre tartamudos es inhumano, contar una anécdota graciosa de un gomero o un lepero o un gitano es racista, hacer chistes de monjas o curas es ofender a la religión... nos puede llevar a una lista interminable de ofensas y ofendidos.

Un mundo sin revistas satíricas, sin libros excesivos y radicales, sin arte provocador; un mundo sin transgresiones que no respete las fronteras del sexo, de las razas, las religiones o las culturas; un mundo obligado a ser políticamente correcto... es un mundo responsable, que no será libre. Siempre existirán cretinos sectarios que usen esa libertad de forma inadecuada. Pero nadie ha eliminado los cuchillos de cocina a pesar de que con ellos se comete un enorme número de crímenes domésticos. Un chiste de mal gusto es solamente eso. Históricamente, los que censuran siempre creen que tienen la razón y actúan en nombre de un bien superior. Pero no existe bien superior a la libertad.