Poco más de un mes después de ser declarado "libre de ébola", Liberia vuelve despacio a la normalidad y afronta con cierto optimismo la larga recuperación que tiene por delante para olvidar la terrible epidemia que no solo mató a 4.806 personas, sino que paralizó al país entero.

Los vecinos se agrupan alrededor de las pequeñas tiendas de barrio para discutir los asuntos más pujantes del día, autobuses y taxis vuelven a ir cargados hasta arriba de pasajeros y mercancías, el griterío de los niños ha vuelto a las escuelas, y las fronteras han reabierto sus pasos dando vida a los comerciantes locales.

En el paso fronterizo de Bo Waterside, entre Liberia y Sierra Leona, Jeneba Swaray está enormemente aliviada de que todo haya acabado: "Estamos muy felices de que ya no haya ébola. Sin comercio, la vida era insoportable porque hay muchos productos que vienen de fuera", explica a Efe.

Desde que se abrieron las fronteras, y como Sierra Leona y Guinea Conakry siguen en alerta porque el brote aun está activo, el personal sanitario del Gobierno liberiano se encarga de vigilar que los protocolos puestos en marcha por el Ministerio de Sanidad "se cumplen a rajatabla", asegura James Moore, un funcionario local.

En la capital del país, Monrovia, que tiene cerca de un millón de habitantes, las restricciones del ébola tuvieron un efecto devastador en la economía local. Durante meses, la gente solo salía para conseguir los alimentos indispensables para ir tirando.

Ahora, el bullicio y la agitación han vuelto a los mercados y las calles de Monrovia, donde la gente se reúne no solo para comprar, sino también para ponerse al día de las novedades del barrio y los últimos desarrollos de la política nacional.

"En estos foros la gente se expresa libremente, sin miedo a ser detenidos o a recibir amenazas. Muchas veces incluso los policías están por aquí", cuenta Moses Tarpeh, el jefecillo de uno de estos animados puntos de encuentro y discusión.

Los taxistas y conductores de autobuses también están contentos de que el ébola haya pasado a la historia. Las restricciones de movimiento les han afectado mucho, pero ya no tienen de qué preocuparse.

"Te guste o no en el asiento trasero de mi taxi caben cuatro personas", sentencia Pete Kromah, que hora aprovecha todo el espacio disponible en su coche para recuperar las pérdidas. "No tenemos elección", dice Martha Kain, una resignada pasajera que pugna entre las estrecheces.

Con el fin de la epidemia los colegios también han podido volver a la normalidad y, en algunos casos, en mejores condiciones que antes del brote vírico.

A mediados de agosto de 2014, la escuela Massaquoi, situada en el poblado suburbio de West Point, en Monrovia, fue reconvertida en un centro de aislamiento de pacientes y adquirió fama porque una turba asaltó el edificio y saqueó todo lo que había, incluidos colchones manchados de sangre de gente infectada.

Hoy, casi un año después de ese incidente, la escuela ha sido renovada por completo y ahora es un centro educativo en el que los residentes de West Point tienen puestas muchas esperanzas.

"A pesar del horror que supuso el ébola, algo bueno salió de todo eso. Ahora tenemos una escuela moderna que puede mejorar el aprendizaje de nuestros hijos, algo que antes no era posible", comenta Benjamin Johnson, un anciano de 76 años que ha vivido toda su vida en West Point.

Doreen Jackson, que ha comenzado a asistir a clase en Massaquoi, también se muestra encantada: "Cada vez que paso por delante de la escuela, me olvido de la devastación que causó el ébola. Ahora tengo esperanza en el futuro".