Podríamos decir que es un estado previo a la maduración total. También, un diminutivo amable de algo que se considera maduro en toda regla. Pues bien, así el ínclito personaje que rige el destino de esa gran nación tan querida por estas tierras archipielágicas: Venezuela, otrora nuestra "octava isla".

Recientemente Madurillo se permitía denominar, ante las cámaras de su televisión, como Felipillo a quien fue nuestro presidente de Gobierno y secretario general el PSOE, don Felipe González Márquez. Ciertamente, la capacidad dialéctica de Madurillo no se corresponde con la prestancia que debería mostrar quien ostenta la presidencia de aquel querido país. Una y otra vez, con sus exabruptos, viene mostrando la calidad de la pasta con que está configurado, su catadura moral. Para este personajillo, la diplomacia le debe parecer tal que aceite de ricino, y la rechaza. No la traga.

"Felipillo ha huido", decía Madurillo cuando Felipe González abandonó aquel país tras las negativas a concederle permiso para ver a los dirigentes opositores encarcelados. Es lamentable atisbar cómo Venezuela está siendo conducida al desastre. Y no sólo ahora mismo, que también. Venezuela ha sido saqueada por sus autoridades gubernativas de uno y otro color. Y creo que uno de los que más daño hizo fue Carlos Andrés Pérez. Era un miembro de la Internacional Socialista, y por ello se le presumía un comportamiento acorde con esa línea ideológica. Pero no, la democracia también es capaz de poner a cuidar la lata del gofio a quien se buscará las artes para dejarla vacía. Y de aquellos polvos vinieron los lodos que están encenagando a buena parte de los venezolanos.

La democracia se asienta día a día con la libertad, con el debate de ideas divergentes, con medios de comunicación libres y capaces de analizar los hechos con diferentes puntos de vista. La verdad nunca es única. La verdad absoluta sólo la ostenta Dios. Nosotros, ricos o pobres mortales, tenemos nuestras particulares verdades sobre el mismo hecho. Y eso ha de respetarse y protegerse. Cuando no es así, habremos caído en la dictadura o el totalitarismo. Algo de esto está ocurriendo en Venezuela. Y me temo que, otra vez, está empezando a ocurrir en España tras el último proceso electoral: estás conmigo o estás contra mí. Mal asunto. La democracia, que tanto nos costó recuperar, puede estarse yendo al garete. Personajillos hay en la política capaces de llevarlo a efecto.