Una cosa no hay, es el olvido. Eso escribió Jorge Luis Borges. Sería prolijo (los argentinos dicen prolijo a lo limpio; en el caso español, prolijo es lo demasiado abundante) explicar ahora lo que pasó con el verso en el que se contiene un título mayor de nuestra literatura en español, "El olvido que seremos" del colombiano Héctor Abad Faciolince.

Ese libro, que tiene ya muchísimas ediciones, en Seix Barral, y que ahora conocerá una nueva, en Alfaguara, es una de las más conmovedoras historias que hemos podido leer en los últimos años. Narra la memoria imborrable de la muerte del padre del autor, un médico que el hijo levanta del suelo y rescata de la muerte para hacerlo vivir entre nosotros con una precisión sentimental que a mi no me olvida nunca, y no se le olvida a ninguno de sus lectores.

Héctor Abad hace un tiempito que cumplió los cincuenta; sigue teniendo el pelo embarullado de cuando lo conocí, en el Madrid de la inmediata posmovida; entonces había publicado una novela que se llamaba "Fragmentos de amor furtivo" y se aprestaba a publicar (en la editorial Alfaguara, que entonces estaba bajo mi responsabilidad) uno de sus primeros libros. Pasó el tiempo; él hizo periodismo y literatura, y sobre todo hizo vida, entregó su aliento a la familia (tienes dos hijos espléndidos, estudiosos y creativos) y se hizo hombre, pero nunca dejó de ser aquel muchacho.

Un día decidió reconstruir la historia de su padre, que fue asesinado por los esbirros de la tortura de cualquier lado en la conturbada ciudad de Medellín, metáfora oscura entonces (y durante tanto tiempo) de la atroz servidumbre que ha tenido Colombia con respecto al terrorismo de ultraderecha y de ultraizquierda.

Ese libro conmovedor dio lugar a algunas secuelas memorialísticas entre las cuales se colaron las flores oscuras de su memoria acribillada. Pero ahora ha florecido entre esas grietas (y que perdone Richard Ford el robo de su espléndido título) una summa fuera de serie, "La Oculta", novela que sacó recientemente mi vieja editorial ya en mejores manos (las de Pilar Reyes, colombiana como Héctor), y en la que, con un ritmo que se parece al de la música de Bach o de Mozart, según sean los capítulos, la decrepitud moral, económica, social, humana en la que se va haciendo la vida de una finca que se llama así, "La Oculta", y que constituye un símbolo eficaz y sentimental de la propia decrepitud sobrevenida al enorme y bello país acribillado.

Ahora ha estado Héctor en Madrid y ha firmado, ese libro y otros, en la Feria del Libro. Ahí lo vi, junto a don Emilio Lledó y a otros escritores, detrás de la estantería de la librería Rafael Alberti, firmando con delectación paciente numerosos ejemplares de sus libros. Recuerdo aquellos años en que lo conocí, cuando había que presentarlo como una promesa cuando los periodistas y todos miraban para otro lado buscando famosos. Ahora él es famoso, pero sigue siendo igual, y además sigue siendo un niño, aún más que antes. Cuando lo vi, este último viernes, almorzando en el restaurante donde lo llevé para celebrar cosas hace cinco años, traía consigo versos del gran poeta Joan Margarit, y había llorado leyendo esos poemas.

Cuando me senté me preguntó de manera incesante por España, lo que pasa y lo que pasará, qué sucederá con las novedades cuando seamos más viejos, y si es cierto que vamos a ser otros. Le dije que vamos a ser los mismos, pero mejorados. Él rió como aquel niño que se peinaba con los dedos, y me preguntó en un momento de la charla por esta manía que tenemos los españoles de sacarnos los ojos, de ser tan hipercríticos con nosotros y con Europa, a la que le echamos la culpa de todo. Me dijo una cosa: "Ustedes no saben lo que tienen. ¿Ustedes saben lo que es que una mujer sola y en lo oscuro vaya por la calle a las dos de la mañana y no tenga miedo de lo que pase alrededor?".

Ese miedo no existe acá, me dijo, pero en muchos países del mundo (en Sudamérica por ejemplo) eso está a la orden del día. Ustedes no saben lo que tienen.

Tienes razón, le dije. Levantemos el ánimo, sí, señor colombiano, querido Héctor de las ficciones y las parábolas. Seamos lo que somos antes de dejar que la vida nos vaya arrastrando, en nuestra desidia hipercrítica, hacia el olvido que seremos.

Lean a Héctor. Serán felices.