Tanto esperar para que llegaran las elecciones y poder votar, principalmente para poner a cada cual en su sitio -algunos de ellos, por ejemplo, en su casa-, deseosos de que entrara aire fresco, unos modos y actitudes distintas de gobernar, gente preparada, honesta, social y moralmente intachables; y una vez depositado el voto (un voto pensado, filtrado, dolorido, anhelado, esperanzado...), resulta que nada es lo que parece: los que han ganado en realidad han perdido y los que han perdido y nos condujeron al desastre económico y moral, ahora resulta que se alían con el peor de los enemigos posibles, con tal de arrebatarles el poder a los que enderezaron sus numerosos errores del pasado; ellos verán: olvidan que hay cosas que en política no se perdonan, como el hecho de que hayan sacrificado no sólo su futuro, sino el del resto de los españoles.

Todo es un pequeño caos. En vez de coaligarse los dos partidos mayoritarios y concertar el apoyo a la lista más votada en defensa de la democracia y de la estabilidad política y económica, protegiendo de camino el Estado de derecho y la defensa del bien común, resulta que el mayor partido de la oposición decide "podemizarse", que es como hacerse el harakiri, y abrir la caja de pandora a riesgo de que la incertidumbre de lo que pueda acontecer nos lleve de nuevo al desastre político, económico y social, desandando el camino transitado con tanto sacrificio, esfuerzo e incluso dolor.

En política no todo debería valer. Y lo que se está viendo actualmente es una realidad podrida, corrupta -corrupción no es sólo llevarse dinero, que también, sino venderse a cualquier precio con tal de oler poder-, una realidad barriobajera, sectaria e inmoral -juegan con nuestros votos repartiéndose las instituciones y los cargos como si fueran cromos- y, sobre todo, una realidad donde se está poniendo en práctica una política visceral, que es la peor política que se puede llevar a cabo; esa que nace desde el resentimiento, desde el desprecio y el odio hacia el adversario por el mero hecho de pensar de forma distinta al que cree que está en posesión de la única verdad.

Deberíamos hacérnoslo mirar. Porque hacia dónde nos pueden conducir unos políticos que se saltan la ley en pleno juramento -prometiendo lo que les da la gana a sabiendas de que su afrenta no va a tener consecuencias políticas y aún menos legales-, o que en pleno juramento arrinconan las imágenes sagradas por miedo a que cualquier ser superior sea testigo de su propia ignominia, que arrinconan con desprecio los símbolos del Estado, que ofenden de palabra y por escrito a personas que sufren las secuelas del terrorismo y a colectivos religiosos -banalizando, por ejemplo, el Holocausto o asaltando capillas bajo el lema de "menos rosarios y más bolas chinas"-, en aras de un sentido del humor -obsceno, se entiende-, disfrazado de una supuesta libertad de expresión que les conduce por el camino del peor de los sectarismos y de la intolerancia a incitar al odio y, de camino, meter miedo al adversario, abogando por "guillotinarlos o empalándolos o incluso quemándolos como en el 36".

Esta actitud anómala e intolerante, que sólo puede servir para crispar y separar aún más a la sociedad, la están llevando a cabo unos determinados elementos que, cobijados bajo el paraguas de la renovación y de una supuesta supremacía moral de la izquierda -ellos están convencidos de que es así-, pretenden imponer, desde sus puestos de responsabilidad (?), el principio de Leo -Leo es mi nieto, que apenas si tiene dos años y que piensa a machamartillo que lo suyo es suyo y lo de los demás también-, a sabiendas de que la pura demagogia y el populismo que los ha impulsado al poder les da la legitimidad y el derecho necesario para quitarles a los ricos el dinero que puedan para dárselo a los pobres, además de subvencionarles a estos el alquiler social, la luz, el agua, la comida y todo cuanto puedan atesorar, endeudando las arcas propias y ajenas para, al final, que es de lo que se trata, acabar todos pobres y/o en la cuneta.

macost22@gmail.com