Los periodistas y quienes como yo nos dedicamos a escribir artículos que luego serán publicados creo que tenemos una aspiración: que nuestros puntos de vista, opiniones o consideraciones sobre algún tema -político, económico, social, cultural...- sean bien vistos por la sociedad y, si es factible, que se lleven a cabo. Son "artículos de opinión" -EL DÍA los llama "Criterios"-, pero sea cual sea su nombre lo que el articulista desea es que, dicho en plan prosaico, se le haga caso, que él sabe lo que dice, que tiene experiencia personal en el asunto... Pero diga lo que diga, la realidad es que se nos ignora, que aquí lo que vale son los conocimientos (¿?) del recién llegado, que el pueblo, dice él, lo ha elegido y va a ejercer su cargo con responsabilidad, dedicación y empeño. En la mayoría de los casos, vanas palabras, vanas promesas, puesto que la realidad de los presupuestos se impone y al final donde dije digo digo Diego.

Por eso creo que quienes ejercen cargos decisorios deben prestar más atención a la voz del pueblo -el señor Rajoy dice, y tiene razón, que la economía va mucho mejor, pero muchas familias continúan sin poder llegar a fin de mes sin apuros-, puesto que ellos viven en un mundo distinto plagado de actos inherentes a sus cargos; la burocracia, el protocolo, las múltiples reuniones, etc., los mantienen en una especie de nube que a menudo no les permite ver lo que ocurre a su alrededor: como suele decirse, el bosque no les permite ver los árboles. El periodista, sin embargo (también los colaboradores), sí están "al loro", hablan con la gente, oyen sus aspiraciones y sus quejas, con cuya información pergeñan sus artículos, que deberían ser atendidos "por quien corresponda", algo que lamentablemente, como antes he dicho, no suele ocurrir.

En una antigua película titulada "Un gángster para un milagro", protagonizada por Bette Davis, esta es una mendiga que vende manzanas y vive en Nueva York. Sin embargo, le paga los estudios a su hija en París. La hija, que por razones que no vienen al caso hace muchos años que no ha visto a su madre, va a visitarla en compañía de su novio y su futuro suegro, un noble italiano. El deseo de la madre de causarle a su hija la mejor impresión hace que el gángster -Glenn Ford- la convierta durante unos días en una gran señora. Le hace "un lavado de cara".

Retomando en este punto lo que abordé al principio, yo aconsejaría a nuestros nuevos ediles que comiencen su tarea lavándole la cara a la ciudad, la ya desconocida perla del Atlántico. A pesar de la encomiable labor que realiza Urbaser, esa "perla" está sucia, y esto, aunque me pese decirlo, se debe a nuestra idiosincrasia: no cuidamos el medio ambiente. Depositamos las bolsas de basura de manera indiscriminada, ensuciamos las paredes con grafitis, tiramos los chicles donde nos parece y los papeles fuera de las papeleras, vaciamos los ceniceros de los coches en las calles, no apagamos las colillas de nuestros cigarrillos antes de desprendernos de ellas..., en fin, ¿para qué seguir? Y otro consejo para concluir. Antes existía la figura del capataz -ahora se llamará técnico en conservación del patrimonio-, cuya labor era recorrer la ciudad -a pie, no en coche- y ordenar la reparación de los desperfectos que observaba. Quizá sería conveniente resucitar ese cargo, en la seguridad de que la ciudadanía lo agradecerá. Arreglar las cosas antes de que las quejas se produzcan es el mejor aliciente para prever una futura reelección. Tengamos en cuenta que aún quedan las elecciones generales...