Si alguien me pidiera que explicase por qué es mejor un pacto en cascada que ningún otro, no sabría qué decirle. Esa perreta que han cogido en Canarias de que todos los acuerdos políticos en todas las instituciones tengan el mismo color es una cosa, además de difícil, incomprensible.

Porque, vamos a ver: si un Gobierno trata igual a todos los ayuntamientos, sean del color político que sean (que es lo que dicen todos los gobernantes) y no favorece especialmente a los suyos (cosa que niegan tenazmente), a cuento de qué viene exigir a unos y a otros que terminen imitando el pacto regional, aunque se lleven a matar. Un matrimonio a la fuerza siempre funciona mal.

El lunes, con cara de circunstancias, Pedro Sánchez se vino a Canarias para firmar un pacto de Gobierno con Fernando Clavijo, que se cerró dejando por fuera del paraguas al Cabildo y a La Laguna, donde las conversaciones entre nacionalistas y socialistas están naufragando estrepitosamente.

Y es que a Javier Abreu se le puso en suerte la Alcaldía de La Laguna. Vio su oportunidad en cuanto, en Santa Cruz, Bermúdez le abrió la puerta. La coartada perfecta es que si los nacionalistas querían la mayoría en la capital él podría hacer lo mismo. Pero en política no funciona la lógica del derecho comparado, sino la del poder disponible. Y ese está ahora mismo en sus compañeros del PSOE, que han firmado un acuerdo muy favorable a nivel regional y no están porque alguien de su propia casa le rompa la vajilla.

Además está el Cabildo. Carlos Alonso ha aprovechado la situación de La Laguna y la estrategia negociadora de Abreu (Javier, JASP, con gafas, verbo bífido y brillante) para situar al otro Abreu (Aurelio, mediana edad, cara de buena persona, pero muerde soplando) entre la espada y la pared. Alonso no quiere soltar el Instituto de Asistencia Socio-Sanitara (IASS), que es la poderosa herramienta de las políticas sociales del Cabildo. Y le ha dicho al PSOE eso de "esto son lentejas, o lo tomas o lo dejas". Y después de tanta elocuencia decidió levantarse de la mesa y mandarse a mudar dejando las conversaciones en suspenso hasta que en La Laguna se sepa si es niño o niña.

El paraguas del pacto ya no da sombra en Tenerife. Así que el parto lagunero va a producirse sin comadrona. Y eso que Patricia Hernández está por la Sanidad. La habilidad regateadora de Javier Abreu está luchando contra los minutos finales del partido. Se niega a que su partido le haga negociar con las manos atadas. Pero si le ofrecen la Alcaldía de un pacto de mayoría de izquierdas (Unid@s y Por Tenerife) será un caramelo envenenado. El tiempo juega a favor del silencioso José Alberto Díaz (joven, buen negociador, cara de yo de ti no haría, forastero), que sabe que si no hay pacto gobernará en minoría. Así que se ha sentado a esperar. Y aunque es injusto -así es la puñetera vida-, todas las miradas recaen sobre Abreu, que se desgañita reivindicando su derecho a hacer la puñeta como todo el mundo. Pero va a ser que no. Que no le dejen, digo. Que la haga ya es otra cosa.