Odio ser un borrego. Así que tengo una tendencia irrefrenable a situarme en contra de la opinión de las mayorías. Lo que me lleva a tener que vigilarme en corto para no caer en ser un borrego precisamente por no querer serlo. Además, formarse una opinión fundada de algo es difícil. A veces porque nos faltan conocimientos. En ocasiones porque la realidad está manipulada por la información que nos llega. Y en casi todos los casos porque accedemos a la esencia de las cosas a través de otros intermediarios, que pueden colarnos en esa explicación sus propios puntos de vista.

La encíclica del Papa Francisco sobre el medio ambiente y el cambio climático, Laudato si, ha generado un enorme impacto. Sobre todo por la relevancia mediática que se ha ganado quien calza en este tiempo las sandalias del pescador. La tesis que abraza Francisco es que el ser humano está causando el cambio en las temperaturas del planeta debido a sus actividades para la obtención de energía.

No es que la Iglesia sea una fuente científica muy fiable. Todo lo contrario. La fiabilidad en temas de cambio climático de una institución que considera que el ser humano fue creado por un ser sobrenatural que envía partes de sí mismo a la Tierra en forma de paloma, entre otras delirantes fantasías, se aproxima a cero. Pero el Papa se hace eco de una corriente científica que es casi una religión.

Los ciudadanos, por otra parte, también "creemos" en la ciencia. Es decir, pensamos que el mundo gira en torno al sol no porque lo hayamos comprobado empíricamente, sino porque confiamos en lo que nos dicen los científicos. Eso ocurre con multitud de explicaciones del universo en el que vivimos que ha sido escudriñado, medido e interpretado por la ciencia del ser humano. Una ciencia que nosotros aceptamos como válida porque es autocrítica y profundamente exigente.

Pero ¿qué pasa cuando la ciencia no tiene una opinión unánime sobre algo? Los "calentólogos", que defienden la influencia humana en el cambio climático, constituyen una importante comunidad científica unida por sus investigaciones sobre los fenómenos del calentamiento global y por las subvenciones que reciben para este tema convertido en estrella mediática. Otra parte de la comunidad científica no niega el cambio, pero asegura que ha ocurrido miles de veces en la historia de la Tierra, incluso cuando el homo sapiens no existía. Los científicos que rechazan el origen antropogénico de la alteración del clima se escuchan menos. Hollywood no se ha fijado en ellos para hacer sus nuevas películas del fin de los tiempos.

Que el ser humano empiece a obtener energía por sistemas que no contaminen es inaplazable. Da igual que no sea nuestra huella ecológica la causante del cambio de temperaturas. Estamos convirtiendo la Tierra y su atmósfera próxima en un basurero. Debemos cambiar de fuentes de energía, a pesar de que eso perjudicará (y mucho) a los países más pobres. Y a pesar de que lo defienda el representante de una poderosa multinacional que ha luchado contra la ciencia durante casi toda su milenaria existencia. Sólo eso casi me hace cambiar de bando. Pero no quiero llegar a borrego por el lado contrario.