Antes de que acabe este verano, y si a usted le sobran siete euros, podrá comprarse un ordenador portátil, de la marcha Chip, una iniciativa de crowdfunding que ha logrado hacer viable un portátil del tamaño de una cajita de fósforos, con las prestaciones de un ordenador de sobremesa. ¿Ciencia ficción? Algún escéptico dirá que sí, pero el Chip podrá encargarse a partir de septiembre por Internet, y solo tendrá usted que conectarlo a un teclado y una pantalla para disponer de procesador de texto, gestor de correo, navegador, editor de fotos y de música y el resto de las herramientas, todas en software libre, además de contar con un sistema operativo propio. En septiembre, por siete euros. [Hasta aquí la publicidad].

La ciencia del hombre blanco avanza muy rápido: San Google se fundó el 4 de septiembre de 1998 en Menlo Park, California. Y hoy es inconcebible un mundo sin las seis letras de colores más veces tuneadas de la historia. Y esto es solo el principio. Antes de una década estaremos ensayando implantes de memoria en los que podamos conectar un pendrive para aprender a pilotar helicópteros (como en Matrix) o para conocernos perfectamente la lista de los reyes godos, que -por cierto- ya no le interesa una higa a nadie. Puedo dar fe: la lista de marras era el terror de mi infancia, pero pasé hace un par de años por la carrera de Historia sin tropezarme ni una vez con Ataúlfo y sus 32 sucesores. No es la única ventaja de este tiempo que ya parece el futuro: antes de que desaparezca la generación de quienes hoy son adolescentes, la ingeniería genética estará en condiciones de acabar con la mayor parte de las taras físicas. Da un poco de rabia pensar que por muy poco no voy a tener la oportunidad de convertirme en un superhombre sin barriga. Me habría bastado nacer cincuenta años después para ser un clon de Brad Pitt. Claro que me habría perdido el paseo de Armstrong por la Luna, las ilusiones insensatas de la Transición, los años de juvenil despendole previos al sida, las experiencias (ejem) lisérgicas, los peinados afro, y estos últimos treinta años de mortal aburrimiento democrático y consumo obsesivo de ensaladas con aliños exóticos.

El pasado es lo que tiene, que miramos hacia atrás sabiendo que cualquier tiempo pasado fue mejor. Con el futuro no nos ocurre lo mismo: puede ser mejor, o peor, o solo distinto en función de si somos pesimistas, optimistas o mediopensionistas. Con el futuro nos llevamos peor que con el pasado, porque el pasado es asignatura aprobada, y el futuro resulta siempre y por definición una incógnita. Por cierto, que dirá usted que a qué viene este rollo. Le pido disculpas: es que pensaba escribir hoy otra vez de lo de Carlos Alonso y su Cabildo, y de Javier Abreu y su ayuntamiento. Y de cuál de los dos es el macho alfa de la manada. Antes de hablar de oídas, me vine al futuro.