"Lo que busco de verdad en mi trabajo no son los títulos o ganar partidos, sino que me quieran". La afirmación es de Pep Guardiola en el transcurso de una charla que ofreció en el aniversario de Ampans, que es una fundación de ayuda a la integración de personas con discapacidad intelectual. El entrenador del Bayern de Munich lo dijo como se expresa normalmente, con seguridad y con una extraordinaria habilidad comunicativa, me parece a mí.

Según Guardiola, se trata de "sentimiento". Y explica que "no es fácil", porque a la hora de configurar las alineaciones "dejas jugadores fuera y se enfadan porque creen que no les quiero. No saben que es por una cuestión táctica o por alguna locura mía; ellos solo reciben que no les quiero". Un entrenador de fútbol hablando de cosas del corazón que afectan a su trabajo y que nos brinda esta especie de desnudo emocional. Aunque observo que la materia de las emociones y ese lenguaje que toca más el corazón que la cabeza ronda cada vez más el discurso de grandes comunicadores, esta declaración, por novedosa, se convirtió inevitablemente en uno de los titulares que dejó su intervención.

A Guardiola, creo yo, le pasa lo que a cualquiera. En la profesión o en el terreno personal. Todos vamos anhelando, de forma explícita o veladamente, que nos quieran. Algo más sencillo de alcanzar cuando uno acierta, cuando brilla, cuando favorece o cuando cumple con las expectativas de otros. Que comprendan nuestras decisiones, nuestras contradicciones o nuestras meteduras de pata y nos quieran a pesar de eso, es arena de otro costal. En todo caso, el aprecio correspondido, el reconocimiento, incluso el amor dicho en palabras más gruesas, nos resulta necesario para vivir y desarrollarnos personal y profesionalmente.

El psicólogo Abraham H. Maslow estudió las distintas necesidades que tenemos las personas para sobrevivir. Para expresarlo de forma muy gráfica, diseñó una pirámide y ahí estableció un orden de prioridad. En la base de la pirámide, lo primero, comer y beber. Lo segundo, seguridad y protección. Lo tercero, el amor. Lo cuarto sentirnos valorados. Y en el vértice de la pirámide, la quinta necesidad: autorrealización, o sea, experimentar que crecemos sacando lo mejor de nosotros mismos.

Cuando leí esta teoría me gustó, más que por reveladora, por clarificadora. Yo diría que, aunque todos los niveles están estrechamente ligados, los tres de arriba se vinculan de una forma umbilical casi. He podido ver, y lo he visto varias veces, un pequeño vídeo íntimo que apenas dura unos segundos y que una de mis mejores amigas ha compartido conmigo. En la sala de recién nacidos del hospital, un bebé prematuro permanece sondado en su incubadora durante algunos días, mientras su madre, que ha superado un parto difícil y con serias complicaciones, se recupera en su habitación. En ese tiempo que la mamá primeriza no puede verlo, el bebé apenas se mueve y mantiene los ojos cerrados. La escena del vídeo es la siguiente. La madre ayudada, en una silla de ruedas, visita por primera vez a su niño y empieza a susurrarle en voz baja palabras amorosas. De forma automática, el bebé comienza a mover los brazos, abre los ojos y descansa su mirada en ella mientras esta continúa hablándole con cariño. Más adelante, mi amiga me escribió en el WhatsApp: "Ya verás qué rápido mejora".

Resulta evidente que necesitamos el amor desde el minuto uno de nuestra vida. Lo grande es que en ese reconocernos con los demás y en los demás, en esa interacción social, están nuestras posibilidades de crecer, personal y profesionalmente. Seas un bebé recién nacido o seas Guardiola o seas quien seas.

@rociocelisr

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