Fue todo el tiempo que necesitó un empleado de la limpieza municipal para cometer tres faltas en su quehacer laboral. Al menos, así lo pienso desde la consideración de profesionalidad implícita en la actividad.

Sucedía el lunes día 29 de junio, a las 07:55 horas aproximadamente. El susodicho empleado procedía a arrastrar, con su rama de palmera, una cantidad de hojarasca y dos botellas de plástico, vacías, de 1,5 litros hacia un imbornal situado en el centro de la calzada que une la carretera del Rosario, en sentido ascendente, con la avenida Príncipes de España. Todo ello en las inmediaciones del acceso al complejo de Traumatología del Hospital Universitario Nuestra Señora de Candelaria.

Terminada la acción de introducir la hojarasca en el referido imbornal, y como fuese que el imbornal no aceptaba aquellas botellas de plástico, el empleado las cogió con sus manos enguantadas (al menos cumplía una norma de seguridad) y, caminando hacia abajo por la acera, las introdujo en un contenedor de vidrio. Poco más adelante, cerca de la zona semaforizada del paso de peatones, encontró otro envase en el suelo ¿Qué hizo entonces nuestro referido empleado? Lanzarlo a una zona pretendidamente ajardinada frente al semáforo. Bien es verdad que aquel envase allí arrojado pasó a ser uno más de los cientos que adornan el lugar.

Con nuestros impuestos se paga el servicio municipal de limpieza a una empresa contratada al efecto. Supongo que se le paga. Infinidad de veces y desde distintos focos de opinión se han producido lamentos y críticas al estado de suciedad de nuestra capital.

No me extraña que, con empleados como el susodicho, ello sea posible. Yo no sé si ha habido y hay un concejal responsable de la limpieza de nuestra ciudad. Lo que sí estoy casi seguro que hay son supervisores de la contrata a tal fin y que debieran verificar que tan adecuadamente desarrollan sus tareas los empleados. Deduzco, por el caso descrito, por la actitud del trabajador citado, que este estaba seguro de que su supervisor brilla por su ausencia. Ausencia que se manifiesta en el estado de absoluta inmundicia que presenta aquella zona pretendidamente ajardinada.

Es lamentable que la desidia y la ausencia de profesionalidad estén corroyendo a esta sociedad nuestra. Falta de profesionalidad que se manifiesta en múltiples actividades y que debiera tratar de corregirse más pronto que tarde. Es, además, una cuestión de dignidad. Y puesto que, lamentablemente, se ha hecho de la política una profesión, por aquí debiera empezarse a corregir tal desidia.