El auténtico peligro ético es la indiferencia. Esto no quiere decir que seamos inmunes a otras amenazas morales más graves, sino que el problema habitual, el enemigo que no se ve -y que por eso mismo resulta el más ominoso- es la indiferencia; o también, algo que suele ir asociado con ella: la irreflexión, la superficialidad.

Hannah Arendt supo descubrir que el mal grande anida en las pequeñas cesiones. La pensadora alemana acuñó la expresión "banalidad del mal". Quería expresar el hecho, a primera vista paradójico, de que personas mediocres pueden realizar acciones de una gran vileza. Como es sabido presenció como reportera de prensa el juicio de Rudolf Eichmann, un teniente coronel de las SS, responsable de la muerte de miles de judíos en las cámaras de gas: "En realidad, una de las lecciones que nos dio el proceso de Jerusalén fue que tal alejamiento de la realidad y tal irreflexión pueden causar más daño que todos los malos instintos inherentes, quizá, a la naturaleza humana".

Pero el ser humano puede superar la indolencia y realizar acciones morales llenas de dignidad en su vida corriente, si se propone no solo superar la indiferencia, sino crecer en sensibilidad. Transcribo algunos fragmentos del relato de Teresa Campoamor "Historia de un café": "No me lo podía creer. ¿Cómo me iba a invitar a mí -señora bien- a un café un mendigo? Así empezó una amistad con un politoxicómano, enfermo de sida y esquizofrénico y yo".

A partir de entonces empieza una preciosa aventura que conmueve: "Años de ingresos, de recaídas.... Mañanas de acompañarle, en la unidad de enfermos de sida, cada vez que estaba ingresado. Cuando iba hacia el hospital iba rezando porque tenía miedo de lo que me podía encontrar. Pero volvía contenta y por eso pude estar hasta el final". Y, como siempre sucede, la constatación de que al hacer el bien uno recibe más de lo que da: "Aprendí cuánta generosidad cabe en un ser humano que aparentemente lo tiene todo perdido. Conocí a alguien generoso que si le regalaban fruta, me daba la mitad y si encontraba un libro de inglés en la calle, me decía: Toma, para tus clases".

Pero como en toda historia, llegó el final: "Una noche se le incendió el saco en el que dormía y murió, por fin en una cama, en la unidad de quemados de La Paz". Pero José Luis siguió actuando de forma misteriosa y, como bien expresa Teresa Campoamor, devolvió sabiduría y sensibilidad: "José Luis me enseñó a mirar detrás de los ojos del adicto, detrás de sus miserias, y hasta de su falta de aseo personal y a encontrar el ser humano que late como yo. Desde entonces me paro en la calle, hoy en día con inmigrantes principalmente porque comparto idioma, les pregunto por sus vidas, por sus familias, su situación y si hace frío, mucho frío, les pregunto si les apetece un café...".

Tal vez la clave de este relato se encuentre en la explicación de por qué se realizan esas acciones: "Me preguntaban que si yo no era familia de José Luis por qué estaba allí. Mi única respuesta era porque me importa. No estaban acostumbrados a que le importaran a alguien".

Escribe Ernesto Sabato al final de su vida que la intemperie de los seres humanos nos hace responsables. Esta es la cuestión: hay que aprender y enseñar a llenarse de los demás: porque nos importan.

Y también, que la indiferencia esclaviza -encadena-, como expone el verso de Wislawa Szymborska: "Un día sofocante, la casa de un perro y el perro encadenado. / Unos pasos más allá un platito lleno de agua. / Pero la cadena es demasiado corta y el perro no alcanza. / Añadamos a la imagen un detalle más: /nuestras mucho más largas y menos visibles cadenas / gracias a las cuales podemos pasar de largo tranquilamente".

@ivanciusL