El 17 de diciembre de 1944, el Kampfgruppe Peiper, perteneciente a la primera división SS Panzer y al mando de Joachim Peiper, se vio involucrado en uno de los escenarios más duros de la II Guerra Mundial: la batalla de Las Ardenas. Allí protagonizó en sólo unos días lo que más tarde se juzgaría como la masacre de Malmedy: el ajusticiamiento de prisioneros norteamericanos desarmados e indefensos. Peiper, que moriría asesinado muchos años después de sobrevivir a la guerra, provocó la respuesta de los norteamericanos, que también comenzaron a ejecutar prisioneros alemanes en una inaceptable y criminal revancha.

Además de ese triste episodio de Las Ardenas, existen abundantes ejemplos de crueldad en ejércitos que no disponían de suficientes efectivos como para custodiar prisioneros y procedían a ejecutarlos. Si a alguien de Coalición Canaria o del PSOE conociera a fondo algunos de estos pedazos sangrientos de la historia, es posible que la vida de Javier Abreu hubiera corrido un grave peligro en estos últimos días. Pero a poca gente le interesa la historia.

No sé si Sun Tzu, en "El arte de la guerra", dijo eso de que el mejor enemigo es el enemigo muerto, pero seguro que muchos difuntos estarían de acuerdo en incluirlo. Resulta peligroso tener tras de ti, en plenas condiciones de combate, a un superviviente de alguna grave herida no mortal. Que es exactamente lo que han hecho en La Laguna con el líder de los socialistas locales, Javier Abreu.

Durante varios días ha recaído sobre él la presión de cerrar un pacto que trascendía de los límites del municipio, cosa que no ha ocurrido con ningún otro en la isla. El destino del acuerdo político lagunero se vinculó al del Cabildo, debido a la habilidad de Carlos Alonso, que puso ambos pactos en el mismo escenario, echando así una inestimable mano a su compañero José Alberto Díaz, el nuevo alcalde. Abreu se vio superado por la estrategia de hechos consumados de Alonso y por una inexorable ley mediática: las noticias que no se renuevan, como el pescado, se pudren enseguida. Cerrada la crisis de Santa Cruz, la prensa se olvidó de ella. A pesar de que Abreu quiso una y otra vez resucitar el cadáver de los incumplimientos de los nacionalistas, era imposible. Los sabuesos estaban olisqueando la nueva historia de La Laguna.

De todas las presiones recibidas las peores fueron, sin duda, las de los suyos. Que Coalición Canaria haya jugado sus cartas para influir a Abreu en La Laguna es lo que se espera. Normal. Pero lo que ha incendiado al lagunero han sido las injerencias de líderes de su propio partido, que le han llamado al orden en numerosas ocasiones, desde Canarias y desde Madrid. "Javier quiere la alcaldía y nos va a costar el pacto de Canarias", llegó a decir un alto dirigente socialista. Eso es lo que pensaban muchos. Ese es el miedo con el que jugaba el propio Abreu para apretar las tuercas a Coalición en La Laguna, a los que les llegó a pedir tantas áreas de importancia que provocó que José Alberto Díaz le dijera si lo que realmente pretendían los socialistas es que las competencias de CC fueran a abrirle a Abreu el ayuntamiento por la mañana y cerrárselo por la tarde. Solamente.

Pero su estrategia se alargó demasiado. Su amenaza fantasma de un "pacto a la izquierda" con Unid@s y Por Tenerife, que le llevara a la alcaldía, se fue desvaneciendo. Y el tiempo empezó a jugar cruelmente en su contra. Hasta que Patricia Hernández, su amiga, le dijo que ya estaba bien de rodeos. Y que a firmar. Y él le dijo: "Vale, pero lo firmas tú". Y dimitió de la ejecutiva federal del PSOE.

Cerrados todos los capítulos de libro de la novena legislatura, ya sólo quedaba el último faroleo. Santiago Pérez salpimentó la última semana con augurios de una hipotética sorpresa que podría arrebatar la alcaldía lagunera a José Alberto Díaz. Y hasta Antonio Alarcó, del PP, se sumó a la fiesta hablando del pleno del viernes con misteriosa indefinición. No hubo tal sorpresa. El pacto se cumplió en La Laguna por imperativo legal. Tras las gafas, Javier Abreu mantuvo un rostro hierático. Sabe que su resistencia le ha dado prestigio entre los heridos socialistas de Tenerife. Llegará la hora de los congresos y entonces tal vez, sólo tal vez, alguien descubra que es mal asunto dejar gente mal matada en la retaguardia.