Son los seres humanos los que hacen los tiempos, no los tiempos los que hacen al hombre. Así sobrevoló Fernando Clavijo el salón de plenos de su investidura, blandiendo el verbo de san Agustín y la espada de un pacto que le otorga una contundente mayoría.

Subió a la tribuna con esa falsa serenidad que ha convertido en marca de la casa. No se le movió ni un pelo. Pero la procesión iba por dentro. Haciendo buena la palabra del obispo de Hipona, él decidió hace tiempo cambiar la historia antes de que la historia lo cambiara a él. Con esa firmeza le dijo a la cara a Paulino Rivero que lo iba a jubilar y trabajó la mayoría de los secretarios insulares del nacionalismo canario para hacerlo. O al revés.

Detrás tenía una mujer presidiendo una cámara con más mujeres que hombres y con seis grupos políticos. Son los vientos del cambio, que dijo Casimiro Curbelo. Un cambio que no se notó en las cuentas del Gran Capitán del discurso de Clavijo: largo, prolijo, detallista... Hubo que afinar el oído para escuchar detrás de las palabras de los partidos del pacto las verdaderas palabras del presidente. Clavijo descree de Ortega y piensa que las circunstancias no están por encima de las personas, pero en el discurso triunfaron las conveniencias de los que piensan que en las investiduras hay que hablar de todos y de todas incluyendo hasta los cultivadores de champiñones.

Clavijo se mojó en medidas y propuestas. Y fue lúcido en el diagnóstico de las enfermedades de Canarias. Citó a todos los presidentes -sí, a ese también- y tendió la mano a todos los grupos para intentar llegar a consensos. Si alguien se esperaba un shock, un tío raro que subiera a la tribuna para ponerse el Parlamento por montera, nos quedamos con las ganas (sí, yo era uno de ellos). Hizo una faena pulcra en las formas y sólida en el fondo, pero no rompió ningún esquema ni incumplió las formas.

Dicen que san Agustín, antes de que lo citara Clavijo, estaba un día paseando por la playa meditando sobre un problema especialmente difícil. Allí se encontró a un niño que había hecho un hoyo en la arena y lo llenaba una y otra vez con cubos de agua. Curioso, le preguntó al niño qué estaba haciendo. Y este le dijo: "Estoy poniendo el mar en este agujero". El sabio obispo se rió a carcajadas y le dijo: "Eso es imposible, hijo mío. El mar es muy grande y el hoyo es muy pequeño". El niño, muy serio, le miró y le dijo: "Antes meteré yo las aguas de todos los océanos en este agujero que conseguirá Fernando Clavijo el consenso de todos los partidos en el Parlamento de Canarias". Y luego, como Paulino, desapareció.

Eso no venía en el discurso de Investidura. Una lástima. Lo cansino de esta política nuestra es que nadie convence a nadie. Se habla, se escucha, se replica, se vuelve a hablar, se vuelve a replicar... y el hoyo siempre permanece vacío. No existe forma de que el agua de la razón se mantenga y llene el charco de los políticos contemporáneos. Así que en realidad el discurso da igual. Y eso también lo sabía Clavijo, aunque no se le notó.