Un discurso de investidura se mueve entre dos posibilidades: la de ser un prolijo catálogo de intenciones y compromisos con todos los grupos y sectores sociales, económicos, profesionales y etcétera, y la de ser una pieza literaria, algo así como el programa del "new deal" rooseveltiano o la "nueva frontera" de Kennedy, pero aquí, en la España tropical, en versión baratillo. He escuchado once discursos de investidura de presidentes de Gobierno -el primero de la legislatura provisional y los ocho siguientes, y dos de presidentes elegidos después de confianzas fracasadas o censuras triunfantes- y en ninguno de ellos, en ninguno, nadie logró escapar de la opción primera, aunque en algún diserto estuvo también presente la segunda. Los dos de Saavedra, el primero de Hermoso, el de Román Rodríguez... y el "discurso de la felicidad" de Adán Martín, una intervención muy bien construida, pero trufada de compromisos y proyectos, y leído al más puro estilo Remordimiento, en un tono capaz de dormir insomnes.

La intervención de Clavijo, ayer tarde, los citó a todos, a Adán y a los demás y además empezó muy bien, contándonos una historia emocional y emocionante sobre lo que el candidato quiere para esta tierra, una historia que resulta posible creerse. Pero sucumbió pronto Clavijo a la tentación del programa, y se deshizo en una lectura parsimoniosa y excesivamente larga de su propia lista de quehaydelomios. A mi modesto parecer le sobraron al discurso treinta minutos. Ustedes dirán que qué clase de discurso sería un discurso de media hora, y yo les contesto que uno que la gente puede escuchar y entender. Pero los políticos -incluso cuando son candidatos a la Presidencia del Gobierno- hablan más para ellos, y cuando lo hacen se olvidan de que lo importante de lo que dicen no es lo que ellos se dicen unos a otros sino lo que la gente escucha y entiende mientras tanto. En el discurso de ayer, yo entendí cosas que me gustaron: que Clavijo no quiere una Canarias donde la gente tenga que irse a buscarse el guiso fuera, que quiere trabajar por una región donde quepamos todos los canarios, una tierra abierta, generosa y moderna, con capacidad de resolver sus propios problemas por sí misma, negociando con el Estado, peleando el reconocimiento por España y Europa de todas sus diferencias. Una tierra que quiere dejar de estar a la cola de todo lo bueno, y en cabeza de todo lo malo, y que sabe que la prioridad es acabar con la pobreza y la desigualdad, con la injusticia y los desahucios, para construir el futuro y profundizar en una democracia que nos creamos más, una democracia con normas electorales más justas. Eso fue lo que yo entendí, pero comprendo que haya mucha gente que pierda todas esas ideas en una cadena de promesas que no les afectan, y que son las mismas -más o menos- que han hecho antes que Clavijo todos los demás. Es verdad que las formas de un discurso son lo que son. Pero para la próxima vez, bien podría el candidato dejarse los compromisos para una addenda escrita, y sorprendernos con una declaración política breve e intensa que todos seamos capaces de entender, que nos implique y que de verdad nos conmueva.