Me refiero al anterior edificio, que albergaba las dependencias del Cabildo, el cual tenia dos frentes. Uno a ras de la calle principal, y el otro sobre la plaza denominada del "Virrey de Manila", pero mas conocida por plaza del Cabildo, y que en su parte baja estaban las oficinas de la sindical y la Hermandad de labradores, así como las de Correos.

Las autoridades que visitaban la Isla siempre eran conducidas hacia el Cabildo, como estación terminal, entre otras cosas porque era la única institución herreña que en aquellos años poseía un vehículo, el "coche del Cabildo," que los trasladaba desde el puerto a Valverde.

Por la Presidencia del Cabildo pasaron ilustres herreños que desde la penuria económica de la Isla y, por supuesto, del Cabildo, pusieron todo su empeño para que la Isla fuera abandonando carencias seculares que abarcaban desde el espacio sanitario, de las comunicaciones hasta el bienestar de sus habitantes.

El secretario de aquellos años era Juan Ramón Pérez Espinosa, persona entusiasta y vehemente allí donde tenia algo que defender, desde su profesión, como el fútbol, ya que fue un entusiasta aficionado de El Estrella, y al que recordamos con su sempiterna gabardina sobre los hombros subiendo tranquilamente por la calzada que le conducía al barrio de Tesine, donde vivía.

También mi tío Aquilino, depositario que fue hasta su jubilación. Los hermanos Abreu, don Isidro, Eusebia, y en la parte baja que estaba la sindical no podemos olvidarnos de Domingo Pío, personaje entrañable, simpático, ocurrente y de un predicamento popular dentro de la Isla. En la sindical trabajaba Ceferino junto con Policarpo Abreu y Mateo García.

En las oficinas del correo ya se contaba con un administrador en la persona de Luis Alonso, que junto a Ramiro y el siempre recordado amigo Juan Pedro, nos traían las cartas a los que esperábamos en las puertas porque era lunes o viernes, día en que llegaban los correillos.

El edifico del viejo Cabildo nos sorprendía por su cercanía por su puertas y ventanas, que más que nada era una prolongación de la misma calle. No había impedimento para entrar siempre guiados por el bueno de Félix Sánchez, y lo hacíamos para gestionar algún asunto o tramite pendiente.

Daba relevancia a la calle principal, sobre todo por la sencillez de su arquitectura que se realzaba aun mas cuando alongados a la atalaya de sus ventanales teníamos en frente la torre de la iglesia y su cimbreante campanario o más adelante el horizonte como una cinta azul larga y ancha.

Desde su ventanales la vista se escurría sin portillos ni linderos llegando hasta el mar lejano que cargado de imprevistos y de algunas ausencias, que presentíamos y que por un momento se acercaban hacia nosotros.