Hoy quizás debería escribir sobre Grecia. De esa especie de acuerdo alcanzado por los jefes de Estado y de Gobierno de la eurozona con el primer ministro heleno, Alexis Tsipras, que ha puesto en evidencia a este último y ha provocado que muchos se pregunten para qué convocó hace poco más de una semana un referéndum. No obstante, seguro que habrá quien se ocupe de analizar la encrucijada en la que se encuentran los griegos con más conocimiento de causa.

Sí me gustaría, en cambio, comentar la información publicada el domingo por este periódico, acerca de lo ocurrido a Atanasio González, más conocido como Argelio. He de reconocer que desde el primer momento me pareció un caso increíble, y por más vueltas que le he dado no alcanzo a comprender cómo una persona puede vivir quince meses con un cristal de 17 centímetros alojado en su cuerpo. Y, además, sin sospecharlo.

No se trata de poner en tela de juicio el funcionamiento de toda la Sanidad en Canarias por un caso concreto, pero, desde luego, hechos como el que narró Argelio son para hacer desconfiar de lo que pasa en el Servicio de Urgencias de cualquier hospital. ¿Razones que justifiquen por qué no se detectó en su momento el cristal? Sin duda que las habrá. Todos podríamos enumerar más de una. Pero quién le explica a este señor que su vida ha corrido peligro porque durante más de un año ha tenido junto al colon, el hígado y el intestino un trozo de cristal afilado de 17 centímetros.

Repito, no se trata de cuestionar todo el sistema sanitario del Archipiélago, pues, en líneas generales y, pese a la falta de recursos, funciona muy bien, gracias, sobre todo, a sus profesionales. Sin embargo, sus responsables no deben escudarse en que se trata de un hecho aislado y aquí no pasa nada. Es preciso abrir una investigación y comprobar qué fue lo que pasó el día en que Atanasio González acudió al hospital, junto a su nieto, porque se había caído encima de una mesa de cristal que se hizo añicos.

Como él mismo cuenta, el día de autos, el 7 de enero de 2014, en el servicio de Urgencias de La Candelaria, le curaron las heridas, le dieron numerosos puntos de sutura en diferentes partes y, tras darle el alta, le recomendaron que se aplicara betadine y si tenía alguna molestia o infección, acudiera de nuevo al médico.

Debía estar tan molido el hombre que no notó nada especial, ni siquiera cuando le cosieron la herida por donde había entrado el trozo de cristal que durante tanto tiempo albergó en su cuerpo. Al parecer, tampoco el sanitario que realizó la operación se dio cuenta de que debajo de los cuatro o cinco puntos de sutura estaba semejante elemento extraño. ¿Por qué? Eso es lo que se debería averiguar.

Cosas de la vida, producto de otro percance en el hogar -tuvo que romperse el tendedero de su casa para que Argelio, al intentar colocarlo en su sitio, sintiera un dolor insoportable-, regresa a Urgencias y, tras varias horas de espera -algo ya habitual-, le realizan una incisión en el costado, eso sí, a las dos de la madrugada, y encuentran el trozo de cristal.

Por supuesto, en ese momento no recibió explicación alguna sobre lo ocurrido y me temo que si se la dan, tardarán en hacerlo. De momento ha pedido copia de su historia clínica para saber exactamente qué pruebas le hicieron.

Argelio, que ahora tiene 78 años, es un hombre positivo y, al contar su historia, no busca amargarle la vida a nadie, sino ayudar a los demás. No quiere que vuelva a suceder un caso como el suyo. Por eso recomienda a todos aquellos que se vean en una situación similar que exijan todas las pruebas que hagan falta.

El resto está en manos del nuevo consejero de Sanidad del Gobierno de Canarias. Sería una buena forma de estrenarse en el cargo explicar qué es lo que pasó ese día en las Urgencias de La Candelaria.