Mediados los 60 del siglo pasado existían dos revistas de oposición al franquismo: "Cuadernos para el Diálogo" y "Triunfo". Yo leía semanalmente esta última. El periodista Luis Carandell, que más tarde imprimió a sus crónicas parlamentarias un sesgo muy personal, tenía una sección en "Triunfo" que se llamaba "Celtiberia Show". Allí aparecían con trazos gruesos los disparates y dislates carpetovetónicos de una España burda, paleta, zafia, ignorante, autoritaria, dada a la picaresca e imposición.

Los soportes en los que centellaban estas cualidades cañís eran carteles, señales, anuncios, bandos y disposiciones de la autoridad competente, rótulos, pintadas... Esta España garbancera, de botijo y alpargata, "casposa" (como imputan quienes mejor la simbolizan) lo atribuía, con toda mi ingenuidad adolescente y como todos los males, al franquismo, sin pensar que el franquismo no era más que una fase temporal en la antropología y cultura profunda de un pueblo muy homogéneo como el español, frente a las tracas y alharacas por simular todo lo contrario.

Como viví aquella época, supongo que Luis Carandell estaría feliz de ser testigo de espectáculos, gestos, anécdotas en cascada, bandos y disposiciones que pueden hacer de la sociedad franquista la Grecia de Pericles. A Carandell los desatinos y lacras del desarrollismo y la antropología cultural se lo suministraban sus lectores con fotografías y recortes. Hay una gran diferencia con el franquismo -casta gris, aburrida, endogámica- y es que ahora los grandes protagonistas de aquella Celtiberia eterna están en los gobiernos municipales: patanes deslumbrados pero ya activos por las posibilidades de notoriedad, ventajas y chanchullos. Gobiernos municipales de cantamañanas como no ha conocido la historia antes. Los que venían a moralizar y hacer pedagogía ya han enchufado a novias y novios, subido los sueldos; una política dice al mundo que "le pone" otra política (mejor hubiera dicho los presupuestos), otra mea en la calle, todos han dejado el ejemplo del metro y la bici, todos tienen ocurrencias colaterales al buen gobierno y la responsabilidad, los gestos -pura creatividad- es lo suyo y el contento por donarlos.

La zafiedad -como muy bien decía el reciente académico de la lengua Félix de Azúa- ha alcanzado unos niveles que el conjunto del esperpento patrio nunca antes soñó culminar. Lo imputa a la quiebra total de la educación en España. Cosa sabida. Más ignorancia no cabe. Pero no es nada desdeñable la irresponsabilidad, el infantilismo, el adanismo, la petulancia y el desprecio, la falta de conciencia cívica real, consensos inclusivos, eficacia y resultados. Vienen de héroes y modernos.