Sí, 100 días, 100 malditos días, y pa'' todo, por favor, por favor...; y que así siempre ocurra: de por vida, sin descanso y sin limitaciones posibles. Yo aspiro a que durante 100 días me dejen en paz, sin altercados con el nuevo Gobierno y sin meteduras de pata del nuevo Gobierno. ¿Podrá ser...? Mucho me temo que no, y al ramillete de pruebas me remito.

Pero ¿tan difícil es estar en silencio extremo, con los codos sobre la mesa y estudiando en compañía de todos los asesores (los que de verdad saben y los que de verdad son nulos, estos caros aguadores)? Parece que sí, y con las pruebas cabalgo. La verdad es que resulta imposible que un político no se rinda ante la presencia cercana de una alcachofa (por micrófono) con su periodista en extinción detrás, ¿o quizá era alguno de los intrusos en apogeo?

En un subidón de ingenuidad, ¡pobre de mí!, entendí que lo de los 100 días iba en serio y que lo de la no agresión tenía doble sentido: el de la disputa política, que por ahora se olvida, y mucho más con estos calores y teniendo sus señorías que aprovechar para mejorar el tono epidérmico (también los de Podemos, que el otro día parecían que aún tenían el esparadrapo en la boca), y el de la aplicación del dicho "me enamoran tus silencios". Lo primero funciona casi a las mil maravillas (con permiso del otro Román), y así nos vale, pero lo segundo..., lo segundo ya empieza a convertirse en un verdadero calvario.

Pero por qué nadie en el nuevo Gobierno sabe responder a esta pregunta: ¿qué les cuesta estar callados, un poquito, 100 días de nada, e incluso se puede negociar a la baja: 90, 60, ya a tope de rebaja? Vale..., ¿30? ¡Coño!, ¿qué les cuesta...? Nada, debería ser la contestación, pero no es así, ni con estos ni con los anteriores ni seguro que con los que están por llegar.

Por estas razones, concluyo que lo de los 100 días es una pamplina, una trampa que solo sirve para que la hoy amplia y variada oposición en el Parlamento se vaya sin trinques ni trabes a estirar los músculos..., y la menor parte de ellos, a estudiar un poquito, para, tras esos 100 días, que ya verán que son menos, pasar al ataque con todas las armas verbales no siempre rebosantes de argumentos.

A mí esto último, tal y como está el fango, me parece hasta bien, pero lo que no me entra en la cabeza es que los flamantes cargos públicos, muchos de ellos sin idea de lo que están abrazando, se pongan desde el segundo uno a decir memeces sin necesidad alguna, tirando piedras sobre su propio tejado. Es como si desearan, nada más pisar la alfombra resplandeciente, quedar retratados como inútiles incapaces de decir "ahora no", "más adelante hablamos"... O algo así.

Me gusta mucho muchísimo lo de los 100 días, aunque ya me he dado cuenta de que es otra ficción. Con esos supuestos 100 días de no agresión y de silencio gubernamental, seguro que me lo pasaba pipa. Pero ya se ve que no nos dejan. Y empiezo por el excelentísimo presidente. En fin, que quizá lo mejor de un cambio de gobierno también se empeñan en hurtárnoslo. No hay forma de que los giros dejen de apuntarse al mimetismo de los 360 grados.

Decepcionado por tal engaño, acalorado y con aspecto de tomate maduro, me voy al parque fósil de Santa Cruz, con tan mala suerte de que a mi querida ceiba le ha dado por desplumarse en verano y dejarlo todo sin sombra.

Sin duda, hoy no es mi martes, así que lo mejor será agarrar mis 30 días. Cuando regrese, la ceiba, al menos la ceiba, ya tendrá techo y habrá dado otro ejemplo de sabiduría. Algo es algo en el mundo de los giros de 360 grados.

@gromandelgadog