Varios premios y numerosas traducciones en el extranjero avalan la trayectoria de Víctor Álamo de la Rosa (Santa Cruz de Tenerife, 1969), quien acaba de ver publicada por la editorial Salto de Página "Todas las personas que mueren de amor", su séptima novela, ganadora del premio Benito Pérez Armas, el más prestigioso del Archipiélago, convocado por la Fundación CajaCanarias.

¿Qué supone en su trayectoria esta novela "Todas las personas que mueren de amor"?

Es para mí muy importante, primero porque cambio el escenario de mis novelas anteriores, que era un universo insular, y en segundo lugar, porque con esta obra nace una nueva trilogía novelesca en la que busco escuchar las voces del presente, indagar en la realidad que nos circunda para entenderla y trascenderla, porque estas nuevas novelas, de entrada, suceden en otros espacios que se alejan de la isla. Son novelas que incluyen tintes fantásticos, distopías. Necesitaba cambiar de registro para como artista, como escritor literario, imponerme otros retos narrativos, comprobar hasta dónde puedo llegar.

¿Podría definirse como una obra sobre el amor?

Más bien sobre el desamor. Quería retratar justo ese momento en que nos sentimos morir de amor, ese instante en que caminamos por esa intemperie terrible del desamor. Sacar esa foto, digamos, a ese momento del alma en que sentimos una tristeza extrema. El protagonista puede morirse hasta siete veces, pero no importa, porque todas las personas que mueren de amor se convierten en fantasmas y siguen viviendo. Esta es la metáfora que la novela propone. Un instante de muerte de amor.

Con esta novela obtuvo el Benito Pérez Armas. ¿Los premios se persiguen o se consiguen?

Los premios se persiguen. Yo mismo llevo años deseando ganar este premio porque lo han logrado autores a los que admiro, y ya me había presentado con otras novelas al menos media docena de veces. Ahora me tocó, quizá fruto de la perseverancia.

¿Es cierto que los premios literarios están dados de antemano?

Hay premios literarios absolutamente corrompidos por eso que llaman necesidades del mercado, por la urgencia de las ventas. Buscan autores mediáticos y a veces ni siquiera son escritores. Es una putada, pero es así.

¿Los escritores están demasiado pendientes de agradar, de vender, antes que de escribir sin urgencias y con carácter literario?

Sí, creo que hay muchos que andan despistados. No se sienten sinceramente recompensados con el acto de escribir, de escribir bien a secas, y necesitan otras cosas. Esto desvirtúa sus obras que, por regla general, son muy malas. Mal escritas. En Canarias hay presuntos escritores que publican dos y tres novelas al año. Eso ya demuestra que son malas, porque su escritura no ha tenido tiempo de respirar y aguardar el tiempo de las correcciones. La mayoría hablan de que solo escriben para entretener, como si la buena literatura no fuera entretenida. Con ese palique lo que esconden son sus limitaciones y carencias. A mí esa liga no me interesa. No lleva a ninguna parte. Tal vez sea un dinosaurio, pero yo lo que quiero es escribir literatura, libros perdurables artísticamente.

A diario se presentan libros y más libros; ¿no cree que perjudica la imagen de la literatura?

La tecnología actual ha abaratado la edición hasta el punto de que cualquiera puede autopublicarse y recuperar el dinero inmediatamente con las ventas a amigos y familiares. Y si no, está la publicación digital, así que todo el mundo saca su librito. La literatura es muy hija de puta y al final se queda con poco o casi nada, lo de veras bueno. De las novelas de caballerías, la pastoril y la bizantina no queda nada, no nacieron con ambiciones literarias, artísticas y lo pagaron caro; nutren el olvido. Es lo que nos pasará a todos, pero mientras esté vivo prefiero ser un escritor que se cuestiona lo que escribe y que escribe con ambiciones literarias. Hay que intentarlo. Por eso no me preocupa esta proliferación actual de novelas, la inmensa mayoría son malísimas. Nacen ya muertas. He dejado la lectura de muchas ya no por su falta de ambición novelesca, sino porque su escritura ni siquiera es gramaticalmente correcta.

¿Su estilo literario es difícil para llegar al público?

No lo creo. Yo trabajo el estilo, claro, porque quiero tener mi voz. No quiero escribir esa narrativa que de tan plana aburre porque no hay intención metafórica ni sorpresas sino apenas un encadenamiento de tópicos. Ya sé que si se describe un atentado, el coche quedará hecho un amasijo de hierros. Todo eso me aburre. Quiero que mi estilo no esconda lo que cuento, pero también quiero que mi estilo literario salpique al lector.

¿Cree que existe una narrativa canaria que se defina como tal?

Por supuesto. Toda la narrativa escrita por autores canarios o más o menos canarios, porque residan aquí, y que además reflejen las peculiaridades paisajísticas, los universos insulares, nuestro modo de utilizar el lenguaje y hasta nuestra forma de ser, es una narrativa que puede definirse como canaria. Tenemos escritores muy buenos y singulares y muy canarios: Isaac de Vega, Félix Francisco Casanova, Víctor Ramírez y Ángel Sánchez, por citar a unos pocos, a quienes les falta una sociedad que los reconozca y compre sus libros y los lea con normalidad. Conozco culturas y tradiciones literarias que matarían por tener a Luis Feria o a Manuel Padorno.

¿Hacen falta referentes intelectuales, círculos literarios?

Sí, siempre. En este mundo confuso son necesarios los guías, los faros que cuestionen la realidad y ayuden a avanzar. En Canarias deberían cumplir ese papel las universidades, pero las veo demasiado ensimismadas, hasta el punto de que no se enteran de lo que pasa. Tenemos que mejorar socialmente, aplaudir sin complejos a nuestros prohombres y ser menos provincianos.