Acabo de leer en EL DÍA -dónde si no- la opinión de un logopeda, el catedrático de la Universidad de La Laguna Víctor Acosta, respecto a la posibilidad de que el fracaso escolar de los niños, un 90 % en las islas, se deba a un problema lingüístico. El mencionado catedrático achaca el problema, entre otros, a la falta de lectura y escritura que reina entre los más niños y los púberes, mas yo añadiría -perdón si me equivoco- también a la falta de comunicación que existe en este sector de la población. Sí, se me dirá, los niños hablan mucho entre ellos, pero lo hacen de una manera poco "educativa", si se me permite adjetivarla así, pues utilizan un lenguaje bastante restrictivo y viciado con palabras mal pronunciadas que, al final, son escritas con los mismos errores que provocan su mala dicción.

La falta de comunicación que mencioné antes -y sus vicios- me da la impresión -es una simple opinión, sin mayores expectativas- de que podrían ser paliados si se incentivara en los más pequeños la creatividad. No me refiero, por supuesto, a convertirlos de la noche a la mañana en futuros científicos o inventores, pero sí en aprovechar sus virtudes -todos las tenemos: recordemos la poesía de Bécquer, cuando, al hablar del "genio", dice "así duerme en el fondo del alma, esperando la mano de nieve que sabe arrancarlas"- y capacidad para enfrentarse a este mundo tan complejo que les ha tocado en suerte (o en mala suerte). Dejando a un lado las disquisiciones que provocaría discutir este asunto, parece claro que la preparación de los jóvenes para lo que les espera tiene que ser integral, pues son muchos los campos en que serán necesarios sus conocimientos. Es por ello que deberían de llegar a ese momento con la mente preparada para iniciarse en ese camino, algo que, en mi opinión, los sistemas educativos actuales -al menos en nuestro país- no contemplan. No se trata de crear jardines infantiles -recuerdo la época ya lejana de los "kindergarten", basados en ofrecer a los niños la posibilidad de jugar, cantar, dibujar, etc., como parte de la transición entre el hogar y el colegio-, que es ahora lo más socorrido para aliviar las preocupaciones de las madres trabajadoras, sino aprovechar la ocasión y dirigir la mente de esos niños hacia tareas más productivas.

Siempre he creído que este aspecto de la educación infantil no estaba lo suficientemente desarrollado como yo estimaba. De ahí mi sorpresa cuando hace unos días, al entrar en la página web de la Fundación CajaCanarias, me encuentro con la grata sorpresa de que esta extraordinaria institución cultural y benéfica ya lleva algún tiempo desarrollando un taller -taller "Recicla con arte", lo denominan- que reúne esas características que preconizo. Lo imparte la especialista en Artes Aplicadas Isabel Palomero Rodríguez, una salmantina que hace años se enamoró de nuestra tierra y aquí optó por establecerse. Patrocinados por la Fundación, sin que a los ayuntamientos de la isla les cueste un solo euro, nuestra protagonista va de pueblo en pueblo llevando consigo una gran variedad de materiales cuyo final será el reciclado -tetrabrics, cajas de cartón, papeles de diferentes grosores, envases de plástico, latas...-, con los cuales estimula la inventiva de los niños incitándolos a "crear" casitas para pájaros que luego serán colgadas de los árboles del municipio. He tenido ocasión de presenciar uno de estos cursos y experimentar el regocijo de los niños -y sus madres- que a ellos asisten. Francamente aleccionadora la iniciativa que una vez más ha tenido "nuestra Fundación", siempre tan identificada con los problemas canarios.