El tema de este verano parece ser que tiene como protagonista un nombre propio -aparte del trilero Tsipras- que predomina sobre todos los demás, incluido el de la inefable Isabel Preysler (curiosamente, también se llama Isabel), aunque es más conocida por "Chabelita", la hija de la tonadillera Isabel Pantoja. Al parecer, ha concursado en un "reality" de televisión que se ha desarrollado durante casi tres meses, en una supuesta isla desierta de Honduras, y, aunque no ha ganado el concurso, sí ha resultado ser una "revelación", porque: no ha abandonado la isla -a diferencia de algunos miembros de su familia que concursaron antes que ella y que duraron lo que un caramelo a la puerta de un colegio-, se ha mostrado tal cual (?), ha sido sincera al narrar cuanto ha pasado -de malo, se supone- en su casa, la ya famosa finca "Cantora", que para ella, por lo visto, constituyó una especie de cárcel, y, sobre todo, se ha distinguido por ser, prácticamente, la única que ha expresado, una y otra vez, a las cámaras que la seguían que, aunque terminara el programa, ella quería seguir viviendo en la isla, su isla soñada.

Los argumentos son sólidos porque ¿quién no ha deseado alguna vez perderse en una isla desierta? En su caso, dicho deseo sería casi el ideal; al menos por cierto tiempo. Para empezar, mientras ha estado en la isla le han pagando un pastizal por cada semana que ha aguantado en ella; no ha estado sola, porque aparte de los compañeros del "reality" estaban los cámaras y demás personal que vigilaban y cuidaban de que a nadie le sucediera nada desagradable: si te pones malo tienes médico; si lloras un poco y pides algún deseo acaban concediéndotelo; juegas, pescas, te bañas, tomas el sol, paseas, incluso puedes enamorarte y tener un rollo con el que se preste a ello; tienes visitas; si ganas alguna prueba te dan de comer -eso sí como a los cerdos-, o te premian con una ducha o unas cerillas para que hagas fuego..., todo ello, por supuesto, ante las cámaras.

Pero, a cambio, tienes tiempo para pensar; para encontrarte a ti mismo; para reflexionar sobre lo que te espera fuera -casi siempre mucho más preocupante y desagradable que los pequeños inconvenientes que tienes ahora en la isla-; entre otras cosas, no tienes por qué preocuparte de la pareja, de los hijos si los tienes, de la maldita hipoteca, que además la tienes con la puñetera cláusula suelo que no hay forma de quitártela de encima; de cómo cuando cobras el sueldo -suponiendo que no estés en el paro-, y antes de llegar al día seis de cada mes apenas si te llega para comprar pipas, y, entonces, te das cuentas de la triste realidad que domina tu vida; vida que se ha convertido en una odiosa y penosa rutina de vivir para pagar..., sobre todo impuestos, para que otros, que dicen que están para servirte, se dediquen a malgastarlos, cuando no a llevárselo calentito.

No es de extrañar, pues, que a veces soñemos con escarparnos de nuestra cruda realidad, aunque no siempre estemos dispuesto a hacerlo, principalmente debido a que dicha realidad casi siempre nos supera y, sobre todo, a que la sobrecarga de compromiso moral y social que recae sobre nuestros hombros nos impide renunciar a nuestros más primitivos impulsos de mandarlo todo a freír espárragos y perdernos en esa isla soñada, si no para siempre, sí para una buena temporada.

¿A quién no le gustaría vivir esa experiencia? La de estar "solo en el mundo", reinventándote toda una vida hecha a tu forma y semejanza, sin ataduras y sin complejos, sin tener que dar explicaciones a nadie...; tan sólo preocupado de encontrar agua, un refugio, buscar comida y poco más; bueno, tal vez encontrar "algo" con el que poder charlar y que haga como si te llevara la contraria...; y, claro está, hacer fuego; pero no demasiado intenso, no vaya a ser que, al final, terminen encontrándote y se te acabe el sueño.

macost33@gmail.com