Como ya soy mayor, me piden listas. La última lista me la pidió un amigo colombiano, el escritor de "El olvido que seremos" y "La Oculta" (que glosé aquí). Héctor Abad Faciolince le da ayuda, y entidad, y generosidad, seguro, a una biblioteca en Medellín, su pueblo. Los colombianos son felizmente dados a tener bibliotecas, y a usarlas; en algunas zonas marginales de Bogotá hicieron hace años algunas bibliotecas imponentes, y cambiaron la fisonomía y la esencia de esos barrios. En Medellín han hecho otro tanto y aumentaron la felicidad y la expectativa de sus habitantes.

Así que Héctor Abad tiene una biblioteca con su nombre y me pidió que aportara una lista de mis libros preferidos para incorporarla a una iniciativa muy interesante que tiene en marcha. Pensé la lista y se la mandé. Hacer una lista de estas características requiere una enorme concentración, pues por su oficio y por su vocación uno ha leído mucho y muy bueno, pero no todo lo que ha leído (muy bueno o muy malo) está en la cabeza, aunque muchas veces surjan unas y otras lecturas mientras uno va hablando con otros que les cuentan sus propias lecturas.

Opté por ser más sentimental que reflexivo, así que rebusqué en mi memoria más íntima. No utilicé, pues, prelaciones clásicas, sino la consecuencia de mis emociones pasadas. Y puse en primer lugar el libro que recomiendo siempre porque al leerlo sentí el clima de mi tierra y de mi barrio: "El extranjero", de Albert Camus. Lo leí de muy chico, en mi casa del barrio de La Vera, junto al barranco de San Felipe, en la época en que aún rebuscaba chatarra en el barranco. Me conmovió profundamente. Entonces los días que describía Camus eran los días (en la calidad del aire, en la verticalidad del sol, en la humedad de la playa) que yo mismo vivía en mi barrio y en el Puerto de la Cruz; eran aún años adolescentes, cuando la porosidad del alma es también la disposición del cuerpo a aprender de todo como si fuéramos una esponja de sentimientos.

En segundo lugar puse "El gran Gatsby", de Francis Scott Fitzgerald. Es curioso: tanto el de Camus como éste de Fitzgerald son, por decirlo así, libros de verano, de distintas facetas del verano, y ambos acaban de una u otra manera convocando la desgracia, que se percibe en el aire e incluso en la escritura. Me aprendí de memoria, y sirve al respecto, una frase de la novela de Camus: "Comprendió entonces que había roto la armonía del día, el silencio excepcional de una playa en la que había sido feliz". Esa frase surge en el momento que siguió al disparo mortal en la playa, cuya consecuencia está también descrita como el momento en que el protagonista toca en "la puerta de la desgracia". En "El Gran Gatsby" la escritura es como un soplo veraniego que te va dando, entretanto, zarpazos que te dejan helado, hasta el hielo definitivo y la definitiva melancolía.

Y luego le puse en la lista a Héctor un libro breve y bellísimo de Knut Hamsun, "El vagabundo toca con sordina"; leíamos mucho a Hamsun en aquellos años de los libros de Plaza y Janés, que fueron de los primeros libros baratos, y de calidad, que hubo en nuestras librerías portuenses, la de don Fernando Luis y la de don Eladio Santaella, con el impar Manolo al frente. Ese libro de Hamsun (como otro, "Hambre") me ha acompañado toda la vida, y no me han despegado de él, luego, ni siquiera las informaciones sobre el nazismo del autor. Era una escritura noble y detenida, que me llevaba del sol de Camus a la opaca luz nórdica, y que me enseñó entonces que el detenimiento es parte noble de la escritura.

Puse, en fin, en cuarto lugar, "Últimas tardes con Teresa", de Juan Marsé, pues la leí en momentos complejos de mi educación sentimental y es una suma inteligente y profunda de cómo surgen y se desvanecen los amores y las vidas. Y después puse "Conversación en La Catedral", de Mario Vargas Llosa, pues es de una poderosa arquitectura, trata (en cierto modo) de mi oficio, el periodismo, y me pareció una novela maravillosa.

Y así seguí. En penúltimo lugar quise poner (y puse, realmente) "El olvido que seremos", uno de los libros más bellos que he leído sobre un padre. Héctor Abad, su autor, que era el que me pedía la lista, creyó con buen juicio que, aún agradeciéndome el gesto, yo debía poner ahí otro libro. Lo hice. Puse "Oliver Twist", de Charles Dickens.

En mi casa durante años sólo hubo un texto, una página de sucesos de EL DÍA. Un día de mi adolescencia, cuando tenía doce años, fui a buscar libros. El de Dickens fue el primero que saqué de la biblioteca del Instituto de Estudios Hispánicos de Canarias en mi pueblo.

Leer me cambió la vida, y mi gratitud a esa biblioteca es inmensa, le dije a Héctor. Entonces él me dijo; ojalá que un día vayamos juntos. Así que quedan emplazados él y el Instituto a que nos encontremos allí un día hablando de los libros suyos y de los libros que han hecho más bella la vida.