Que en la vida todo es posible lo demostró Carmela convirtiéndose en la flamante única ganadora del concurso de resistencia organizado por Eisi y, por tanto, acompañante de doña Monsi en su viaje a Fuerteventura. Como era de esperar, la mayoría de los vecinos no encajaron la derrota.

-Lo de seguir moviendo la mano cuando se había desmayado es por el embarazo ese que tiene. Esta mujer no tenía que haber participado. Es una tramposa -dijo Eisi enrabietado.

Con su barriga de cinco meses, que por el volumen más parece ya de dos años y medio, Carmela salió del edificio el lunes con la presidenta rumbo al aeropuerto. Iba pletórica, como si hubiera ganado Eurovisión por 20 puntos más que Guayominí. Quien no estaba nada contenta era doña Monsi, y eso se le notaba en la cara y en el pelo. Ni toda la laca del mundo habría sido capaz de adecentar esa nube de algodón estofada.

-Pero ¿a dónde vas tú con todas esas maletas? -gritó la presidenta al ver a Carmela en el portal y le echó una mirada casi tan repulsiva o incluso más que el nuevo sujetador de piel de serpiente Rey de San Luis Potosí que se ha comprado María Victoria en las rebajas.

Siguiendo el consejo de la Padilla, ella no le contestó y se limitó a meter las cuatro maletas en el taxi de Bernardo que se había ofrecido a llevarlas al aeropuerto a cambio de que le perdonaran la cuota de la comunidad del próximo mes.

-¿Puedes poner algo de aire? -preguntó Carmela sofocada por la falta ventilación en el taxi y nerviosa porque era la primera vez que salía de la Isla en avión.

Agobiada cogió uno de los periódicos deportivos que Bernardo tenía tirado por el suelo y empezó a abanicarse contra el pecho, con tanta fuerza que pensamos que la foto de Iker Casillas salía volando y el portero regresaba a Madrid.

A las cinco menos cuarto de la tarde, Carmela y doña Monsi salieron rumbo al aeropuerto del Norte. Aunque ninguno dijimos nada, estoy segura de que a todos nos dio un poco de sentimiento verlas marchar a través de aquellas ventanillas que las empequeñecía cuanto más se alejaban. "Las voy a echar de menos", le dijo la Padilla a Cinco Jotas, que tenía cara de no entender nada de lo que estaba pasando, que para eso es un cerdo.

Ya en el aeropuerto, Bernardo se despidió de ellas y esperó por si caía una propina, pero había tanta niebla que perdió de vista a las mujeres y a punto estuvo de subirse en otro taxi, pero el olor a ambientador lo sacó de su error.

En el control de seguridad, Carmela seguía sin poder contener los nervios y se puso como una energúmena cuando uno de los vigilantes les dijo que se tenían que quitar los zapatos.

-¡Doña Monsi, no lo haga! Por ahí empiezan y luego nos pedirán que nos quitemos la faja -dijo Carmela, mientras otro de los vigilantes les hacía señas para que no entorpecieran la cola.

-No insista, que no nos vamos a quitar nada. Pervertido -le espetó sin reparo.

Doña Monsi, acostumbrada a viajar entre Barcelona y Tenerife, no daba crédito a lo que estaba pasando y le pidió a Carmela que se dejara de tonterías.

-Señora, si no se quita los zapatos no podrá pasar -insistió el vigilante

-¿Por qué no te quitas tú los pantalones, eh? -le desafío Carmela.

Doña Monsi, avergonzada, hizo como si no la conociera, se quitó los zapatos, pasó el control y siguió su camino hacia la puerta de embarque.

A las siete de la tarde, cuando pensábamos que las dos mujeres ya volaban hacia Fuerteventura, Carmela apareció en el portal arrastrando la ristra de maletas.

-Pero ¿qué ha pasado? -preguntó la Padilla y, del susto, María Victoria sintió que el sujetador serpenteado cobraba vida.

-Pues que unos hombres querían que nos desnudáramos antes de subir al avión. Yo escapé loca pero doña Monsi accedió -explicó Carmela más sofocada que el abuelo de Cinco Jotas el día de la romería de San Benito.

Así que al final, después de tanto rollo y peleas, la presidenta acabó viajando sola. Ayer nos mandó una postal desde las playas de Corralejo.

@IrmaCervino

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