Platón cuenta en su "Apología de Sócrates" la inusitada forma en la que el filósofo clásico se defendió ante los tribunales atenienses tras ser acusado por Meleto, Licón y Ánito de corromper a la juventud y evocar el sano ejercicio de la crítica.

Hace ya algún tiempo, caminando por un concurrido parque de la capital tinerfeña, un peculiar niño de unos 13 años animaba su tarde leyendo al escritor italiano Antonio Gramsci, mientras que los desaforados viandantes pasaban a su lado sin percatarse de un hecho extraordinariamente asombroso.

Me preguntaba si ese mocoso podría ser el Sócrates del futuro, el piloto de una generación más examinadora del sistema, el adalid de un cambio que pidiera responsabilidades al futuro corruptor o el líder de una estirpe política que cumpliera el programa contratado con los ciudadanos. Me preguntaba si acaso en su clase arengaba a sus compañeros a que leyeran, a que leyeran mucho porque es la forma de hacer al niño más reflexivo y al hombre más libre. Por un momento, lo veía exhortando a sus amigos a que dejaran la Play Station para devorar los libros de Julio Verne o las fábulas de Tomás de Iriarte.

Lo imaginaba de mayor cuestionando al Gobierno regional por qué más de 300 alumnos de la ULL acababan el curso sin recibir su beca o acerca de la razón por la que la inversión de Canarias en infancia se reduce de forma progresiva desde hace 10 años. También lo veía diciéndole a la niña de Rajoy que no se preocupara, que, aunque estuvieran en lugares y dimensiones sociales diferentes, iban a luchar juntos para que Canarias no fuera la comunidad líder en pobreza infantil; irían de la mano para que el número de personas que sufren pobreza severa en las Islas, que han pasado del 3,5% de la población en 2009 al 8,5% en 2014, fuera un error de cálculo.

No sabía cómo se llamaba, pero, a pocos metros, emergían dos coletas que pedían con un cierto grado de socarronería jugar en la delantera en el partido que estaba a punto de comenzar. Me preguntaba si dentro de unos años esa niña sería una comprometida activista social como Angela Davis, tal vez una Mercedes Pinto o quizá una Lydia Cacho, pero en Canarias y garantizando la integración de la perspectiva de género en las políticas públicas ejecutadas por la Administración autonómica o luchando por incrementar el presupuesto social y dar cobertura a la mitad de los dependientes canarios que no tienen prestación.

Al final jugó el partido, y con ella fueron muchas las que todos los días se daban cita en ese parque. Unos leían y otros jugaban, dejando de lado estereotipos y prejuicios que contaminan el mundo de los mayores.

Sin embargo, la política no es un juego de críos, y el único ejercicio de realidad posible y justo es conminar a los actuales dirigentes a que no decepcionen a ese niño que leía a Gramsci, ni tampoco a aquella niña que quería ser delantera en un equipo de chicos. No les fallen.

@LuisfeblesC