Para los que inexplicablemente no lo conocen, este atrayente macizo noroccidental de la Isla supone el adiós de los cendales nubosos espoleados por los alisios hacia el océano, con rumbo a las Américas por la ruta de Colón. En su parte cumbrera perduran aún los restos de la laurisilva que antaño poblaba toda la comarca, y que tiene como referente cercano al -aún frondoso- Monte del Agua. Ascendiendo la carretera de El Palmar que enlaza con Masca, Los Carrizales y el vecino municipio santiagueño, un indicador nos señala a la derecha la pina cuesta que conduce a los altos del caserío de Teno. Adentrarse por ella supone todo un lujo visual a medida que vamos ascendiendo y dejando atrás la fisonomía del valle con forma de extensa caldera. Después de un breve alto en el área recreativa de Los Pedregales, seguimos el trayecto de curvas sinuosas en dirección al caserío citado, conformado por una ermita, varias casas, alguna venta y un rústico restaurante. En este punto, después de un refrigerio, nos aventuramos en dirección a los ramales de tierra que conducen a algunas viviendas aisladas, en donde aún perduran pequeñas cabañas de ganado caprino. Unas explotaciones familiares que lamentablemente van desapareciendo, y donde sólo destacan dos con un censo de cabezas superior al centenar: una en el término de Matoso, señalada por un hermoso drago, y la otra en La Abejera. No obstante, a cualquier observador no se le escapa la visión de los numerosos bancales abandonados y los ruinosos círculos de algunas eras primitivas, testigos mudos de un pasado cerealista más fructífero. A falta de apoyo oficial, el futuro de esta industria quesera artesanal tenderá a desaparecer de forma irreversible. En cuanto a la mejora de las vías de comunicación, persiste desde hace años la promesa de un asfaltado hasta la puerta de sus casas y que nunca se materializa, pese a las muchas protestas colectivas.

Retomando ahora la vía de acceso a la zona baja, más conocida y transitada pese a haber estado interrumpida dos años por peligro de desprendimientos, es la que discurre desde el núcleo del municipio hasta el punto más al noroeste de la Isla, justo a los pies del faro de su mismo nombre. Para llegar a él hay que transitar previamente por un tramo acantilado -en donde radican los derrumbes- conectado por una serie de túneles excavados en la roca, carentes de iluminación y recubrimientos, que datan de la etapa del ministro de Turismo Fraga Iribarne, y que conducen a una zona más aplacerada en la que existen cuatro aerogeneradores y una finca privada; e incluso una ermita, la de San Fernando, fundada por Gaspar de Rojas Alzola un 30 de mayo de 1677, ahora en lamentable estado ruinoso. También funcionó una cooperativa dedicada al cultivo del tomate, hoy en desuso, y finalmente algunas pequeñas calas orientadas hacia Los Gigantes, en las que aún sobreviven algunas embarcaciones pesqueras, que durante estos dos años sus propietarios sólo han tenido el mar como única comunicación. En mi caso, que he pescado y pernoctado en alguna de sus cuevas, y experimentado la placidez de un lugar que anteriormente era poco visitado, no dejo de reivindicar su atractivo paisajístico pese a la complicada provisionalidad de las obras aún por concluir, que sólo tendrán solución definitiva cuando se construyan unos túneles semiabiertos de protección en los tramos conflictivos, similares a los existentes en Garachico, el Puerto de la Cruz o los dos construidos en el santacrucero puerto de La Hondura y en la autovía que enlaza María Jiménez con el dique del Este, aunque el problema, como siempre, será la financiación y su rentabilidad.

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