Los procesos electorales empiezan y acaban, pero la tontería se perpetúa mucho más allá de las fronteras que fijan los comicios. Hay mucho bobo suelto por ahí, peligrosamente armado con media idea brillante. Ahora, por ejemplo, está de moda la antipolítica. Es decir, los que están en política pero hacen como si no estuvieran. Es un ser sin ser, a lo Teresa de Jesús; un vivir sin vivir en sí, que es como ponerse a nadar y guardar la ropa. Hemos denigrado tanto la vida pública que la nueva moda consiste en distanciarse de los usos y costumbres de lo que ha sido la política en España. Eso no sólo no está mal, sino que está muy bien. Hay que marcar la diferencia con una partitocracia que dejó de ser un medio de administrar el futuro de todos para convertirse en el medio de asegurar el futuro de unos pocos mediocres.

Pero una cosa es rechazar en lo que se han convertido algunas instituciones y otra impugnar la democracia con una enmienda totalitaria a la totalidad. Los ciudadanos elegimos representantes y administradores de la vida pública. Y es necesario que esos representantes se entiendan y trabajen de común acuerdo para solucionar muchos asuntos que nos conciernen. La antipolítica, sin embargo, construye un curioso discurso. Para algunos emergentes, las negociaciones de un pacto de gobierno son un zoco donde se reparten carteras y ministerios, como si el poder fuera una tarta de cumpleaños. Algo escatológico, mercantil y repugnante. La pregunta obvia es cómo se puede gobernar cuando no existen mayorías y hay que llegar a acuerdos entre varias fuerzas políticas. Y la respuesta pasa necesariamente por que hay que sentarse -bueno, aunque se puede hacer de pie- para discutir qué programa de gobierno y qué reparto de cargos es posible. Que es lo que hacen, al final, todos. Los viejos y los nuevos políticos.

Claro que cuando no estás por gobernar todo eso te la trae al fresco. Y la antipolítica es como la antimateria. Aunque existe en el mismo universo cumple una función completamente diferente. Azaña decía que la política en España es una vasta empresa de demoliciones, así que viene estupendo tener una fuerza crítica que no tiene otro interés que estar en la oposición. Pero para cambiar las cosas hace falta ejercer el poder. Algunos representantes de las nuevas alternativas electorales han empezado a negociar poniendo condiciones especiales al ejercicio de la gestión pública. Eso es hacer política y cambiar las cosas. Residir eternamente en el éter de la permanente descalificación de la vida pública cuando ya se está dentro, además de algo infantil resulta, a medio plazo, insostenible.

Hay quienes descalifican despectivamente el "reparto de cromos". Se refieren así a las negociaciones entre partidos para distribuir áreas de gobierno. Es como despreciar a los entrenadores cuando debaten sobre cómo hacer una alineación o qué fichajes quiere hacer para su equipo. El fútbol es la consecuencia de los jugadores tanto como la gestión pública es la resultante de la acción de los cargos electos. Aunque es verdad que tenemos mejor fútbol que política. Eso sí.